Un teórico de la cultura holandesa, Johan Huizinga, publicó en 1938 un libro titulado Homo Ludens en el cual sostenía que después de homo sapiens y homo faber, la mejor apelación que le convenía al ser humano era la de homo ludens (jugador) y fundamentaba su teoría en la constatación de que el juego era más viejo que la cultura. Todo juego, según Huizinga, es, antes que nada, una actividad libre, necesita de orden, se desenvuelve en la tensión, el azar y la incertidumbre; nadie sabe qué puede pasar al siguiente momento. Señala como rasgos fundamentales del juego, jugar juntos, luchar, presentar y exhibir, retar, fanfarronear, hacer “como sí”.
Hacia el final de su libro comenta que la política tiene todavía mucho de juego de azar, y la provocación, la amenaza, el riesgo o injuria del adversario, se dan en ella en gran medida. Los griegos conocían y disfrutaban con el carácter lúdico de las palabras y la diferencia entre el filósofo que buscaba la verdad y el sofista que buscaba vencer. El arte de vencer por la palabra conserva puro, en cierto grado, su carácter lúdico…
Si analizáramos, por un momento, la política actual como un juego, diríamos que hay dos bandos: el gobierno y la oposición. El capitán del bando oficial es el presidente Rafael Correa y el capitán de la oposición es el alcalde Jaime Nebot. Él está desde antes que Correa y, aparentemente, seguirá después. Los dos contrincantes juegan ante el público nacional, se retan, fanfarronean, simulan, luchan y viven en la incertidumbre. Parte del juego es la pretensión de derrotar al otro con la palabra, no necesariamente con la verdad. La palabra como juego es más evidente en el sofisma que en el razonamiento. Todo el que es sofista o retórico reconoce por finalidad no el ansia de verdad, sino el tener razón decía Huizinga; está animado por la actitud arcaica de la competición.
Como todo juego, el juego político prodiga al público alegría y entretenimiento y provoca adhesiones y rechazos. Los contrincantes utilizan estrategias y todos los elementos de su campo de juego para lograr, en definitiva, derrotar al otro.
Parte del éxito depende del diagnóstico correcto de la realidad; ambos son lectores muy sofisticados de las circunstancias políticas. Envían señales que intentan engañar al adversario o provocar una lectura errada de sus movimientos. Juegan con la amenaza de lanzar o retirar la candidatura, pero nunca estarán seguros, ambos están prevenidos de los engaños y no se creen las proclamas ni las promesas del otro. Adictos como somos a toda clase de juegos, sabemos que el resultado se define solo al final y que después del juego retornamos a la realidad.
El resultado de los juegos es impredecible. Pudiera suceder que la partida de los principales contrincantes terminara en empate y den paso a otros actores para continuar el juego.