‘Un reportero necesita un conjunto de capacidades que le permitan descubrir hechos y registrarlos con precisión. Requiere también un equipo técnico básico y buen equipo mental”.
La definición del maestro británico David Randall en su libro ‘El periodista universal’ no puede ser más exacta.
Y la recordé mientras miraba una fotografía en la que un grupo de periodistas abordaba a un funcionario público.
En la imagen destacaban dos reporteros: ambos sostenían sus grabadoras digitales con dirección a la persona que hablaba, pero había una diferencia entre los dos.
Mientras uno de ellos solo tenía entre sus manos la grabadora, el otro estaba armado de aquello que Randall define como equipo técnico básico: una libreta de apuntes y un esfero.
No se trata de satanizar el uso de la grabadora y tampoco demonizar el neologismo ‘desgrabar’, pero sí es importante que los reporteros valoren que la herramienta tecnológica, por más sofisticada que fuera, debe ir acompañada, siempre, del instrumental más simple y eficaz: una libreta y un lápiz o esfero.
Randall lo explica así: “Sin dejar de usar la grabadora, es muy importante el cuaderno de notas. Aparte del riesgo de un fallo técnico, las
grabadoras tienen limitaciones: solo sirven para registrar las voces, pero no lo que se ve. Y transcribir una grabación es un proceso más lento que hojear los apuntes de un cuaderno”.
Lejos de sentir desconsuelo por el futuro del oficio en una época donde abundan las herramientas cibernéticas y en el cual incluso el teléfono celular sirve para entrevistar, realicé el ejercicio que Randall aconseja: pedir a editores y reporteros que me muestren y cuenten acerca de sus libretas de apuntes.
Un editor que viajó cuatro días a Sucumbíos para hacer una serie de crónicas vino con tres libretas llenas de observaciones, detalles, descripciones, cifras, ambientes, climas, sabores, gestos, expresiones, rostros.
Otro editor me contó cómo fusiona la tradición y la modernidad: usa cuadernos y esferos, pero también graba en su iPhone ideas que se le ocurren mientras hace la reportería, en especial cuando no alcanza a escribirlas al hablar con la gente o cuando tiene urgencia de describir un hecho que no debe dejar pasar.
Un reportero que viajó al Yasuní, donde estuvo cinco días, trajo tanto material que le costó mucho escribir su crónica al revisar tanto detalle registrado en sus dos grabadoras y en sus tres libretas.
El resultado, gracias al profesionalismo de estos periodistas, confirma la sentencia de Randall: “Si un reportero necesita que se le recuerde que debe llevar un bolígrafo, quizás debería ir pensando en dedicarse a otra profesión. Pero sorprende encontrar decenas de reporteros experimentados que olvidan llevar algo tan esencial como la libreta de apuntes”.
rdbuitron@elcomercio.com