Octavio Paz decÃa que la libertad no es una palabra, es una virtud. Es una militancia, dirÃa yo, una forma de ser, una vocación. Es una condición que nace de la dignidad.
Es un riesgo porque su ejercicio conlleva siempre la posibilidad de ser reprimido. La libertad no es, no puede ser, una ideoÂlogÃa, ni una estructura inventada para justificar al poder. No es la doctrina de un partido. La libertad es un dato, un sÃntoma que permite medir a las sociedades y calificar sus condiciones humanas, porque hay algunas en las que ser integralmente libre es lujo innecesario, tonterÃa de despistados, afán de buscarle cinco pies al gato para molestar a los que reposan en la densa siesta de las Âconformidades.
En esas sociedades -o rebaños-, la libertad se concreta únicamente en la prosaica posiÂbilidad de comprar, y se la pervierte, entonces, porque esa virtud se reduce al ejercicio de
la vocación de consumo. La libertad, negadas sus otras y más importantes dimensiones, se transforma en el homenaje a la compra y a la diversión, que se reiteran en la engañosa burbuja del gasto, mientras el bolsillo y la tarjeta soportan.
La libertad es un duro compromiso, y es un riesgo, porque la verdadera capacidad de elegir, la genuina posibilidad de disentir,
atentan siempre contra la comodidad de quedarse en la poltrona y de dejar que otros escojan, que otros asuman. Más difÃcil es Âsalir al descampado, arriesgar por los valores y obrar conforme a la conciencia. Más diÂfÃcil es la integridad. Más fácil es cumplir una Âconsigna, escudarse en una orden, inventarse una excusa.
Más fácil es someterse. Ese es el eterno drama desde que el mundo es mundo, porque este asunto está en la raÃz de la cultura, en la comprensión del poder, en la psicologÃa de las multitudes. Está en el origen y en la Ãndole del Derecho. Este asunto de la libertad como riesgo es el resultado, siempre precario, de la larga lucha por la dignidad, cuya marcha se inició en los tiempos en que habÃa los que eran titulares de todos los privilegios, frente a los que fueron objeto de todas las imposiciones.
Desde los tiempos en que aún no nacÃa, ni encarnaba, el incómodo concepto de la responsabilidad, y en el que eran posibles todos los absolutismos.
Hay los que creen que la libertad es virtud que hay que ejercer, y que estamos obligados a cuidar. Pero también hay los que creen que la libertad es la graciosa concesión que consta en el artÃculo de una ley, y que se la puede revocar, condicionar o someter a la interpretación del curial de turno.
Hay quienes piensan que hay temas más importantes que la libertad. Claro que hay quienes creen en todo eso. Tienen derecho a creer, y hay que respetarlos aunque estén equivocados, porque el drama y la paradoja de la libertad es la tolerancia.