El 14 de junio del 2013 es una fecha que no significa nada en el contexto mundial, tampoco en el nacional, salvo por un detalle importantísimo, triste, nefasto para la libertad. Afuera de la asamblea habían instalado pantallas led gigantes, el sonido era amplificado a decibeles insoportables para cualquier humano, los “espontáneos” que se habían congregado allí bailaban la Macarena, también se movían al ritmo del incomprensible reguetón. Adentro la euforia no era menor, los asambleístas festejaban la aprobación de la Ley de Comunicación porque duraría lo mismo que la Constitución de Montecristi: 300 años.
Han transcurrido cuatro años y unos pocos días más de esa euforia colectiva y la ley de marras ya está en carácter de observación o de pronóstico reservado. Se admite al fin que fue una ley, como muchas que cada cierto tiempo se aprueban al calor de las pasiones políticas, que está terriblemente mal elaborada porque es un instrumento de persecución que no ha aportado absolutamente nada al buen vivir de la ciudadanía y fue una determinación tomada por capricho y para el deleite de quienes la diseñaron.
Creían que el periodismo moriría, pero sigue más vivo que nunca. En plena vigencia de la ley periodistas de los diarios EL COMERCIO y El Universo ganaron premios Pulitzer por la profunda investigación del caso de alcance mundial conocido como ‘los papeles de Panamá’. Decenas de periodistas y un caricaturista de medios tradicionales ganaron premios importantes. Otros han obtenido becas en el extranjero, etc. Claro que no a todos les ha ido bien, muchos han perdido su empleo porque algunos medios tuvieron que cerrar, no podían sostenerse financieramente.
Sin embargo, lo más genial que ha ocurrido en estos años de esa nefasta ley es que han surgido decenas de ideas de cómo continuar ejerciendo el periodismo con la libertad que alguna vez proclamaron Espejo y Montalvo. Estaban tan enfocados en castigar a los medios independientes que se olvidaron de la Internet, de los blogs, de las redes sociales. Como saturaron los espacios de la radio y de la televisión con mensajes y cadenas que interrumpían el descanso familiar, la gente migró al cable o a la televisión satelital o de suscripción. El comportamiento de la audiencia cambió; se informan en Facebook o a Twitter.
Durante la reciente campaña electoral todos los candidatos se comprometieron a derogar o a reformar la ley. El presidente Moreno, empeñado en un diálogo nacional que no excluya a ningún ecuatoriano, también se mostró partidario de revisar esa ley. Ahora los asambleístas tienen en sus manos nuevamente ese cuerpo legal fallido; por lo que se ve no será fácil que recapaciten, les cuesta mucho pensar en alternativas que vayan más allá de la calentura política.