Con los debidos respetos para mis propias creencias, no creo cometer desacato alguno si en este artículo me propongo recomendar a mis lectores, para el feriado de Semana Santa, textos que no son precisamente religiosos. La secularidad en las sociedades católicas es un proceso que se ha venido dando desde cuando a partir del Renacimiento el hombre de carne y hueso se constituyó en el centro del mundo, sin que dejara de creer en Dios y llegara a convencerse de su pequeñez ante la finitud de la vida.
Desde cuando llegó a mis manos “El último tango de Salvador Allende”, su autor, el chileno Roberto Ampuero no ha dejado de ser el de mis preferencias en los últimos meses. Los novelistas latinoamericanos, o relatadores como quiera llamárseles, han sido para mí personajes muy próximos a mis sentimientos y a las visiones que tengo del mundo. Con lo de personal y arbitrario que pueda parecer, nada comparable, en los lejanos tiempos en que adquirí el hábito de la lectura, que “La vorágine” de Eustasio Rivera, “El mundo es ancho y ajeno” de Ciro Alegría y, ni se diga, “A la Costa” de Luis A. Martínez. Por esa ruta he trotado con mis lecturas, ampliando, desde luego, su horizonte hacia espacios relativamente cercanos como podían ser los escritores de raíces latinas. Luego venían los norteamericanos y de ahí el resto del mundo. Con profundo dolor debo confesar que fui alejándome cada vez más de los ecuatorianos que escribían relatos. Razones no debieron faltarme si como se sabe participamos en el boom latinoamericano con Marcelo Chiriboga, creación generosa de Carlos Fuentes y José Donoso, mexicano el primero, chileno el otro.
Las novelas de Ampuero me entusiasmaron al punto que sentía que volaba: leídas de un tirón, bálsamos milagrosos que me situaban al costado de esos chaquiñanes por donde pasa el viento despiadado del tedio quiteño. Continué leyéndole: de los tangos de Allende, a “El caso Neruda”, “Quién mató a Cristian Kustermann” y la de estos días “Halcones de la noche”. El protagonista de las tres últimas Cayetano Brulé, detective de ocasión, nacido en Cuba, vividor en EE.UU., anclado en Valparaíso a donde llegó y se quedó, tras los pasos de mujeres rotundas. “Los personajes y las circunstancias no son reales, pero pueden estar mucho más cerca de lo que parecen”, según Ampuero. Este escritor admirable llegó a la novela policíaca, contada con gracejo cubano y picardía chilena, luego de recorrer medio mundo tomando notas con las que documentaría sus escritos, al tiempo que se adentraba en el carácter de personajes como Allende, Neruda, Pinochet y Castro. Reconocido también en su país, Roberto Ampuero es el actual Embajador de Chile en México. Así continúa con una preciosa tradición latinoamericana.