La espontaneidad es un arte, no una casualidad. Discursos preparados con la minuciosidad de una obra de ingeniería, con la anticipación de las mejores estrategias militares, con la atención puesta en cada palabra, tilde y guión, pensados para captar la atención, pero que terminan siendo tan volátiles como un tuit.
Esta semana en Argentina, el presidente Mauricio Macri renovó el ciclo legislativo, una tradición solemne que raras veces se sale fuera del libreto, de ahí que los usos de ciertas palabras embeben el carácter del discurso y se convierten en “imanes discursivos”. Frente al Congreso Nacional, Macri habló de generar una revolución de la educación, en medio de la polémica por el paro de docentes que reclaman mejoras salariales. Por su parte, Donald Trump en Estados Unidos, también habló ante el Congreso apelando a idea de rebelión, para calificar al movimiento que, finalmente, concluyó con el triunfo de su candidatura, en un país acosado por el desempleo y las manifestaciones contra la élite política y económica. Por último, el recuerdo de las palabras del Papa Francisco quien, al concluir las Jornadas de la Juventud 2013 en Brasil enfervoreció a los fieles pidiendo que haya “lío en las diócesis, una Iglesia que salga a la calle”, palabras que resonaron con fuerza en el contexto de una crisis religiosa mundial, donde la Iglesia era fuertemente criticada por haber descuidado su labor social.
¿Por qué la rebeldía? ¿Qué lleva a que palabras tradicionalmente asociadas al ideario revolucionario y de izquierda, sean enunciadas por personajes tan disímiles como el líder de la Iglesia Católica hasta poderosos empresarios devenidos en líderes políticos? ¿En qué momento han llegado estos conceptos a ser lo suficientemente flexibles como para ser utilizados prescindiendo de su correlato en la realidad, y al mismo tiempo, ser los artífices de semejantes cambios de gobiernos?
Quizás el caso de Trump pueda aportar algunos indicios. El magnate supo interpretar el descontento de la sociedad estadounidense que pedía un cambio, porque el “change” de Obama no fue suficiente. Construyó un relato, identificando buenos (estadounidenses) y malos (extranjeros), una historia colectiva (la América grande), y desafió a todos con un objetivo: “make America great again”. Su discurso nacionalista y xenófobo expuso así las presuntas causas y soluciones al desempleo y los problemas de la economía, y logró (peligrosamente, por cierto), construir legitimidad en torno a ello.
El avance discursivo sobre el terreno revolucionario y la apelación al cambio hecha por líderes y fuerzas políticas ajenas a la tradición de izquierda, es un síntoma que parece advertirnos que, en política, nunca está todo dicho. Más bien, se reinventa continuamente y trastoca los significados de las palabras, al punto tal de que hoy las ideas cobran pleno sentido cuando son enunciadas dentro de determinados contextos.