En 1928, la escritora británica Virginia Woolf presentó la conferencia ‘Una habitación propia’, que luego se convirtió en uno de sus más afamados libros, por la agudeza con que aborda las dificultades de las mujeres para constituirse en sujetos autónomos, en individuos.
Al pasar revista a sus observaciones, es posible encontrar los cambios y las permanencias a lo largo de prácticamente un siglo. La primera reflexión de Woolf se refiere a la pobreza de las mujeres, tanto por exigencias de la maternidad –el control natal solo llegó en la década de los 60– así como porque la ley les negaba la posibilidad de poseer dinero, por lo menos hasta inicios del siglo XX.
A ello suma la prohibición que tenían de ingresar en bibliotecas si no contaban con la autorización de su padre o marido, vigente aún en los años 20, así como las creencias sociales respecto a su supuesta inferioridad respecto a los varones y la tendencia familiar a propiciar el matrimonio como primera opción de futuro respecto a una vida independiente.
Otro aspecto que llama la atención de la autora es la ausencia de las mujeres en la visión histórica del pasado, pues si bien se pueden encontrar menciones a reinas o a ciertas damas destacadas, los relatos sobre mujeres comunes simplemente no existen.
Ante la falta de información, Woolf plantea realizar un ejercicio de imaginación para definir si hubiera podido existir una versión femenina de Shakespeare en el siglo XVI, ante lo cual su respuesta es contundente: ‘hubiera sido imposible, completamente imposible’.
Una supuesta hermana de Shakespeare, aún tan audaz, imaginativa e impaciente de ver el mundo como él, no hubiera podido hacerlo porque no habría asistido a la escuela, no habría aprendido gramática ni lógica.
La conclusión de Woolf es que para ser escritora –léase, tener una vida autónoma– se requieren dos condiciones: dinero y un cuarto propio, cosas difíciles de acceder en aquella época y aún hoy para la gran mayoría de mujeres.