Yo recuerdo que en los mejores momentos de la telenovela Café, los más tormentosos y desesperados de ese amor imposible entre Sebastián Vallejo y La Gaviota, las señoras se encontraban por la calle con el actor Guy Ecker, que era Sebastián, o hacía de él, y lo insultaban como si el pobre fuera de verdad su personaje de la novela y tuviera que responder por sus actos en ella.
“Desgraciado este: ¡por qué le hace eso a La Gaviota, no sea infeliz!”, le gritaban airadas unas energúmenas blandiendo tacones y carteras.
Parece el argumento de una película de terror –o de una comedia de Woody Allen, que es casi lo mismo– que sin embargo se da todo el tiempo y de mil maneras posibles.
Mi abuela me contaba, por ejemplo, que su mamá, mi bisabuela, vivía angustiada por el orden de la casa siempre que prendía el televisor.
“Qué van a pensar de nosotros esos señores que salen allí”, decía, como si dentro de la pantalla estuvieran de verdad esos pequeños seres a cuyo mundo ella le abría y le cerraba las cortinas todos los días, con un botón.
Pasaba también en el teatro español o inglés del siglo XVII: que el público intervenía furioso cuando no le gustaba la suerte de algún personaje en una obra, y forzaba al director, sobre la marcha, a cambiar el argumento y los papeles, el destino, para que la realidad no terminara por linchar a la ficción. Lo curioso es que muchos de los actores de esa época luego tenían que salir a la calle con la ropa y la voz y la vida de sus personajes, o nadie se los tomaba en serio.
Como al gran Bela Lugosi, siglos después, que hizo tantas veces de Drácula en el cine y lo enterraron con su disfraz de vampiro.
También a sir Arthur Conan Doyle casi le acaban la casa a piedra cuando en El problema final mató a Sherlock Holmes. Fue tal la indignación de la multitud que no se resignaba a ese desaire en la literatura (en la vida que pase lo que sea, pero allá no, jamás), que el maestro tuvo que revivir a la fuerza a su personaje estelar, haciéndolo volver con el disfraz de un viejito inofensivo.
Los humanos le profesamos más fe a la ficción que a la realidad porque en el fondo la necesitamos mucho más para vivir.Lo dice el verso iluminado de Camilo Sesto: “La verdad no es necesaria si se trata de vivir”.
En él se inspiró Cervantes, o Cide Hamete Benengeli, para narrar la vida de don Quijote, cuya muerte es una tragedia para quienes lo ven salir en ese lugar de La Mancha, se ríen de él, y luego descubren que nada había mejor en el mundo, nada más hermoso y necesario y cierto, que sus locuras.Mi voto este domingo será por Guillermo Nannetti Valencia.
Creo que es el único de los candidatos que se encuentra en condiciones de gobernar a Colombia.