Entre los episodios más duros de El Quijote están aquellos que cuentan los siete días que Sancho Panza ejerció como Gobernador de la Ínsula Barataria. No era una isla –como solían ser los reinos en las novelas de caballerías–, sino un pueblo de mil personas, a lo sumo, cuyo dueño era un Duque que había acogido a Sancho y al ingenioso caballero para que lo entretuvieran un buen rato. (Nada menos que durante veintisiete capítulos de la segunda parte de El Quijote, si no estoy mal).
Cervantes cuenta que el Duque y su esposa habían leído la primera parte de las aventuras de estos dos personajes y que, por esa razón, sabían de la debilidad que ambos tenían por las historias de caballería. Así que tras hospedarles en su castillo ordenaron a sus sirvientes que les trataran como si ellos fuesen un verdadero caballero andante y a su escudero. (Todos aceptaron el juego menos un cura quisquilloso y una mujer tontísima, doña Rodríguez, quien más tarde protagonizará, con Alonso Quijano, diálogos desternillantes).
Como parte de la farsa, el Duque nombra Gobernador a Sancho Panza, un sueño largamente anhelado por él. Antes de asumir el cargo, don Quijote se permite darle una serie de consejos para que su amigo ejerza bien el poder. Son pensamientos tomados de Catón –el defensor hasta el suicidio de la república romana– en los que resaltan la importancia de la pulcritud y la austeridad en el comer, el hablar y el vestir.
Procura conocerte a ti mismo –le dice don Quijote a Sancho Panza– y no vayas a creer que mereces esta Gobernación que ahora se te concede. Si la tienes es por pura suerte y por la grandeza de la caballería andante.
Escúchame bien, Sancho –posiguió el ingenioso caballero– no juzgues por las apariencias y trata por igual las dádivas del rico y las lágrimas del pobre. No des importancia a las ofensas que recibas y no dejes que tu pensamiento se nuble por culpa de aquello que te ofendió.
Si alguna vez tuerces la vara de la justicia que sea por exceso de generosidad y no de dureza. No castigues con palabras a quien ya has castigado con acciones. Y no seas víctima de tus pasiones, Sancho, porque ese error es el que finalmente se paga más caro, agregó don Quijote.
Con todos estos consejos bajo el brazo, el amigo de don Quijote asumió el mando de la Ínsula Barataria. Su primer enojo se produjo porque no le dejaron comer todo lo que quería. Pero el mayor de ellos vino cuando los habitantes de la Ínsula fingieron que sufrían un ataque; una revolución que debía ser sofocada cuanto antes por Sancho Panza.
Aparatosamente ataviado, el escudero no pudo hacer mucho. Tal vez solo resistir. Vapuleado y adolorido, decidió que los tratos del poder no eran para él. Así que tomó sus cosas y se fue tal como llegó: sin un duro en los bolsillos, pero más sabio que antes.