Moscú no se resigna a la pérdida de Ucrania, país con la que tiene vínculos étnicos y culturales estrechos. Integró la Unión Soviética. Muchos ucranianos tienen el ruso como su lengua madre, entre ellos su presidente Volodymyr Zelensky. Ucrania se ubica entre Rusia y el mar Negro, el único mar de aguas calientes al que Rusia tiene acceso. Putin busca anexarse el sur oriente del país, para conectarlo con Crimea que le arrebató en 2014, y dejar el resto de Ucrania desmembrada en varias republiquetas satélites. O al menos así redefine sus objetivos el dictador ruso, luego de fracasar en tomarse las principales ciudades.
Putin está siendo anacrónico. La invasión rusa a Ucrania es una guerra de conquista territorial. Pero hoy los imperios no son territoriales sino económicos. En la posguerra (1945 en adelante) y con el advenimiento de la ONU, se liquidaron los imperios europeos y desterraron las guerras de conquista. Antes de 1945 si las había. La última en América fue la de Perú contra Ecuador en 1941.
China es el caso paradigmático. Hace unos 40 años, para Ecuador y muchos otros países Taiwan era importante por el comercio y sus programas de asistencia, y China con Mao era algo grande pero remoto donde el gobierno mantenía a la población en zozobra permanente. Hoy China es la fábrica del mundo, compra mucho -nuestro mayor mercado de camarón, se asegura nuestro petróleo para intermediarlo-, invierte, presta. Por eso ha desplazado a Rusia como segunda potencia mundial, a pesar que Moscú tiene un mucho mayor arsenal nuclear.
Si Rusia tuviese una economía potente y un entorno sociopolítico tolerante y democrático, Ucrania y otros países eslavos con gusto se ubicarían en su órbita. Pero a Rusia se la ha definido como una empresa petrolera camuflada de país. Su economía no es atractiva, la dominan oligarcas que se apropiaron de activos estatales. Por eso Kiev implora que la acepte la Unión Europea. Y ni todos los misiles del mundo podrán conseguir que Kiev se alinee con Moscú.