Hay la sensación que el barco hace agua por todos los lados. Ni bien se abre un hueco, se presenta otro, y así vamos todos los días. Por otra parte, el gobierno no ayuda. A veces, parece que no se da cuenta de la dimensión de los problemas, y si se da cuenta, lo disimula muy bien, ya que por su propia cuenta se encarga de agrandar las dificultades. ¿Desesperación? ¿Improvisación? Palos de ciego por doquier.
A este ritmo, a un año de gestión, se percibe un agotamiento muy grande del gobierno. Muchos creen que, a este ritmo, los tres años que restan del mandato son muy largos. Ya circulan las apuestas de hasta cuándo aguanta el presidente, o de hasta cuándo le aguantamos.
Va tornándose patético el hecho político de que la seguridad del gobierno depende cada vez más de la necesidad de la mayoría de ecuatorianos de tener estabilidad. Soportarían al gobierno si les ofreciese eso, y punto. Pero que no haga más aguas ni huecos. Mucha gente ve con temor el caos, la confrontación, y el probable retorno del pasado.
El no hacer aguas significa dejar de lado la radical agenda neoliberal para la que no tiene ningún consenso, y enfrentar con buen asesoramiento y sensatez algunos de los grandes problemas como la violencia, la inseguridad, falta de empleo y la crisis educativa. Necesita recuperar las ideas y la simpatía de la agenda de centro-izquierda con la que ganó las elecciones. Necesita reorganizar y refrescar radicalmente todo el aparato gubernamental con honestos y talentosos cuadros de ese sector. Hacer una limpia y crisis de gabinete en serio.
En el camino de recuperar la confianza colectiva, con urgencia, debería sabia y simbólicamente resolver la huelga de hambre de los docentes y formular una gran agenda de lo social. Con un viraje de esta naturaleza, el presidente obtendría oxígeno para acabar los 4 años de su gestión, tener el respaldo suficiente para combatir a las mafias, y reorganizar y sostener al estado y a sus instituciones claves que se nos hunden en el lodo.