Columnista invitado
La guerra de las cifras en la cual se halla empeñado el Gobierno, a propósito de la marcha del 1 de Mayo, degrada la política. La vulgariza. La convierte en un ejercicio de geometría, como los que preguntan cuántas personas caben en un metro cuadrado de plaza, o cuántos marchantes caben en una cuadra del centro de Quito. Deja de lado lo importante y pretende forzar al país a centrarse en lo accesorio. Mal harían las organizaciones sociales y sindicales en chantarse el guante de una discusión inútil.
Lo de fondo es que la conmemoración de esa fecha permanece articulada a una ritualidad histórica. Son las organizaciones de trabajadores que han logrado mantener la indispensable autonomía frente al Estado las que lideraron la marcha. Pero esta vez hubo una novedad: más que una manifestación de los trabajadores, la última fue una movilización gigantesca del pueblo de Quito en contra del Gobierno. Por la diversidad de los participantes y de las agendas; por la unificación de innumerables propuestas en una sola consigna que rechazaba al régimen. Incluso se llegó a exigir la salida de Correa, algo impensable hasta hace poco tiempo. Fue la marcha de todos los sectores sociales de la capital que hace rato se distanciaron del correísmo, y que dieron su primer campanazo en las elecciones del 23F. Fue la antesala de lo que seguramente vendrá en los próximos tiempos e, inevitablemente, en las elecciones de 2017.
No es difícil entender la obcecación y la torpeza del régimen para procesar el real significado de las marchas en las principales ciudades del país. Durante ocho años ha dado muestras de un autismo que solo la abundancia de recursos pudo disimular. Pero sin dinero en las arcas, los desaciertos se desbordan. Lo que sí llama la atención es que se obsesione con el cuento de los números y, peor aún, que quiera venderle al país una mentira monumental. Porque no se necesita ser geómetra ni contador para darse cuenta de la realidad.
Más bien la población se pregunta por otros asuntos más trascendentales. Por ejemplo, por qué el Gobierno necesita, con mayor frecuencia, contratar buses y movilizar gente retribuida para asistir a sus contramarchas, si supuestamente goza de una amplia popularidad. O por qué los manifestantes de antaño son hoy el blanco de la mofa popular. En la marcha del 1 de Mayo hubo escenas que deberían generar preocupación entre quienes pretenden hacer carrera política desde el oficialismo. La más dura fue la representación en forma de ratas de algunos asambleístas que aprobaron –por acción u omisión– la injusta Ley de Justicia Laboral. Son los mismos personajes que en el pasado, cuando militaban en las organizaciones sociales y de izquierda, elaboraban y cargaban los mismos monigotes sarcásticos con que cuestionaban a los gobernantes de turno.