Decía Giuseppe Tomaso di Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está necesitamos que todo cambie”. Lampedusa hablaba de la política que, detrás de grandes palabras y gestos teatrales, alteraba sólo la superficie de las cosas para que el sustrato siguiera igual y nada cambiase.
La persona cuanto la sociedad tienen sus gattopardos particulares. En algún momento de la vida o del devenir histórico todos sentimos la necesidad de realizar algún cambio que nos recuerde que estamos vivos. Cuando nos damos cuenta de que cualquier cambio nos compromete y que esté en juego nuestra seguridad o nuestra comodidad, caemos en la tentación del cambio sin cambiar…
Digo estas cosas a raíz del fiestorro de cientos de adolescentes, náufragos perdidos en medio de la noche, dispuestos a romper el ayuno a base de droga, alcohol y condón. Cuarenta autobuses alineados, esperando recoger los restos del naufragio. Y miles de padres y madres, ausentes totales, despistados y en bancarrota emocional.
Hoy, los expertos nos dicen que en los últimos años han crecido de forma inmisericorde las asistencias por intoxicaciones etílicas de jóvenes y que, en gran parte, se trata de chicas. Entre muchas cosas quisiera señalarles dos temas bien preocupantes: uno, el ya aludido despiste de padres y madres, más pendientes de tener la fiesta en paz que de velar por sus hijos… La ruptura generacional que esto supone deja en evidencia dos mundos incomunicados. Y pone en el candelero un segundo tema político: el fracaso de tantas campañas contra el alcoholismo, aunque sea de fin de semana. Algo parecido ocurre con las drogas. Todo el mundo tiene claro el daño. Las campañas están técnicamente bien hechas. Y, sin embargo, muchos caen una y otra vez. Y es que no se va a la raíz de los problemas. ¿Recuerdan el eslogan “si bebes, no conduzcas”? ¿Será que si no conduces puedes beber cuanto quieras? En este tema como en totros, el problema sólo tiene solución si las personas dan sentido a su vida. Y eso no lo puede suplir ninguna campaña. Las campañas tienen la virtud de dejar tranquilos a quienes las promueven y diseñan. Pero los problemas, especialmente en el mundo de los jóvenes, siguen ahí, tercos e inmutables. ¿De qué vale advertir sobre las funestas consecuencias del alcohol si sociedad y política auspician la tolerancia? ¿De qué vale repartir condones a diestro y siniestro si no educamos y enseñamos qué significa amar? Sólo cuando uno da sentido a su vida alcanza a amarse lo suficiente como para curar sus propias heridas y ubicarse con sabiduría. La experiencia dicta que el corazón tiende a vengarse de sus vacíos. Hoy todo el mundo habla y sueña con el cambio pero, expertos en el maquillaje, apenas logramos tocar la superficie de la vida y de las cosas. El gattopardo sigue vivo y tendríamos que liquidarlo afrontando la propia verdad. Quizá tu hijito no es tan bello…