Luego del turbulento y controvertido proceso electoral, todos nos hemos preguntado: ¿quién ganó y quién perdió en realidad la elección? No será fácil encontrar pronto una respuesta dada la extraña incertidumbre y la enorme desconfianza que se cierne sobre el país desde el domingo 2 de abril.
Aunque se conozcan en los próximos días los resultados definitivos, aunque se los haga oficiales confirmando el escrutinio real tras las impugnaciones y recursos presentados por un candidato, y aunque en mayo se posesione un ganador, durante mucho tiempo permanecerá instalada entre nosotros la sombra de la duda.
Lo cierto es que en las circunstancias en que nos encontramos, con un país dividido por la mitad, con los ánimos crispados, todos perdimos esa elección, no solo los presuntos derrotados sino también quienes afirman haber ganado.
Todos perdimos la elección desde el momento mismo en que, por acción u omisión, fuimos parte de una campaña signada por insultos y descalificación de candidatos, una campaña sin debate político ni discusión ideológica, una campaña plagada de ofertas imposibles y de falsos juramentos. Todos perdimos esta contienda mucho tiempo atrás cuando permitimos que el organismo de control electoral fuera cooptado por un movimiento político siguiendo al pie de la letra la receta chavista, cuando consentimos en que se destruya con argucias y manipulaciones la esencia de la democracia que es la división de poderes.
En todo caso, sea quien fuere proclamado ganador al final de este nebuloso proceso, se encontrará una mesa arrasada por los comensales del turno anterior, una mesa en la que apenas quedarán sobras y migajas pero en la que estarán acumuladas todas la facturas impagas tras el pantagruélico banquete.
Y el ganador no solo deberá pagar la pesada nómina de servidores y empleados que apoyaron la fiesta más larga de todos los tiempos, incluidos los gastos médicos del infame chuchaqui que acusarán los fiesteros, sino que además deberá asumir los daños de esa algarabía tropical que llevó a toda esa fanfarria a derrochar a manos llenas, sin pudor, el dinero del pueblo.
Por todo esto me temo que el ganador en realidad muy pronto se sentirá como un gran perdedor, y que antes de que sus compañeros lo nieguen tres veces, lo veremos señalado por sus propios coidearios, acusado por sus antiguos amigos, imputado por lo que hizo y seguramente también por lo que hicieron los otros en el pasado.
Mucho me temo que todos perdimos esta elección, y que apenas ahora empieza una nueva era de confusión y zozobra de la que nos costará salir bien librados. Mucho me temo que esta aventura electoral que ha sido contaminada por todo tipo de suspicacias se llevará en su caída la poca institucionalidad que aún queda en el país, y nos arrastrará a todos en su precipitación, a los que perdimos la elección y a los que todavía sueñan con haber ganado.
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