Para el filósofo y jurisconsulto alemán H. Ahrens, la “costumbre” es un producto de la voluntad de los individuos, nacida de una serie de actos idénticos y sucesivamente respetados, que toma su forma bajo el impulso inmediato de las necesidades. Complementemos esta definición con la ofrecida por el jurista romano D. Ulpiano, para quien es “el consentimiento tácito del pueblo, inveterado por un largo uso”. Nos interesa en un alcance sociológico, dada la trascendencia que tiene en las relaciones entre los miembros de una comunidad, y ello para tratar de entender el porqué de sus actuaciones.
En su proyección que nos atrevemos a calificarla de “filosofía social”, que los puristas la criticarán, en palabras de D. Hume, la “costumbre es una guía de la vida humana”. El entendimiento de ésta nos permite comprender los eventos del hoy, siendo que “casualmente” son fruto de prácticas que han estado presentes desde antaño y las asumimos como pauta a seguir.
Cuando la sociedad se aferra a la costumbre, o mejor cuando es incapaz de ponderarla bajo las nuevas realidades imperantes, gravita de manera negativa en el progreso social integral. Así, el conglomerado humano banal tiende a tomar a la costumbre como algo inamovible, falsamente objetivo y por ende como factor de absurdos atávicos.
La “tradición” es un valor histórico-social que sienta las bases que otorgan dignidad al pasado comunitario, en tanto sin tradición no existe sociedad. Es un fenómeno producto de la retrospección orgullosa de quienes formamos parte del conglomerado a que pertenecemos. La costumbre, en cambio, al ser algo “adquirido” es un “hábito” llamado a ser sopesado siempre, con el propósito de adecuarla según las circunstancias lo impongan. La costumbre puede transformarse en tradición cuando responde a imperativos sociohistóricos. Sociológicamente, la tradición está llamada a subsistir, la costumbre está convocada a acondicionarse. De allí que la ultraderecha política merezca todo repudio, pues al confundir tradición con costumbre distorsiona a aquella, e impone límites ladinos de autodeterminación.
I. Kant distingue dos facetas en la filosofía material. Una “física” y otra “ética”. La primera se refiere al campo de la metafísica de la naturaleza. La segunda se relaciona con la metafísica de las costumbres, que obliga a actuar moralmente, al margen del resultado perseguido. En efecto, proceder de conformidad con la costumbre, por el solo hecho de su presencia – de la costumbre – es justificar artificiosamente una conducta.
Guiarnos por la costumbre sin fraguarla de objetividad es movernos en un plano de mera conveniencia antropológica, propio del animal que no “razona”. Estamos llamados a apelar a la costumbre en exclusiva cuando responde al bien común. Aplicar la costumbre por su sola presencia es el imperio de la sinrazón.