A muchos, taurinos y no taurinos, nos sucedió este año que las fiestas de Quito nos resultaron apagadas y deslucidas. De alguna forma, y aunque la proporción de los que efectivamente concurrían a la plaza es minúscula, las corridas de toros contribuían a ese ambiente de fiesta que hace tan especial a esta época del año.
El impacto de la supresión de la feria taurina nos remite al absurdo de la consulta popular de mayo de 2011, donde se definió este tema; el haber eliminado de la fiesta la muerte del toro significa reducirla a la insignificancia del folclore. El resolver mediante una consulta popular una temática que atañe al libre disfrute de los ciudadanos, pone en evidencia la particular concepción de la identidad cultural que caracteriza al régimen.
Una postura simplista que identifica a las corridas de toros con lo español y lo europeo, e inmediatamente deduce que se trata de una expresión cultural ajena y por lo tanto falsa. Creo que este es el componente que aúna al régimen con el fundamentalismo culturalista de grupos como Diabluma y no la supuesta “defensa del animal”, por que si de esto se tratara, deberían tanto los unos como los otros, consecuentemente, abogar por la alimentacion vegetariana o denunciar el maltrato que sufre todo animal que es faenado en la industria alimenticia.
Pero el tema de la identidad queda planteado: ¿qué somos los quiteños? ¿Con qué vertiente cultural debemos identificarnos? ¿Deberíamos rechazar todo lo europeo como extraño a nuestra tradición e identidad? ¿Deberíamos solo reconocer nuestra matriz indígena y excluir cualquier otra vertiente cultural?
Es probable que aún existan posiciones que valoran lo hispano y que no reparen en la existencia de otra matriz cultural, la indígena, poseedora de una vigorosa raigambre cultural; es probable que existan quienes solamente quieren ver en lo indígena lo auténtico y rechazan la legitimidad de cualquier otra proveniencia cultural. Ambas, y en general toda cultura, es portadora de complejas significaciones que no pueden reducirse al maniqueísmo que ve culturas ‘buenas’ o ‘malas’, ‘legítimas’ o ‘ilegítimas’.
Una adecuada caracterización de la identidad quiteña debería empezar por apartarse de este tipo de maniqueísmos; es en principio mestiza, pero es en lo fundamental una perspectiva por construir. La identidad quiteña debería superar el reduccionismo de encontrarse en la obsesiva busqueda de sus raíces culturales, estas en definitiva son insondables; en su lugar debería volverse fuerte en el reconocimiento de las diferencias y en la productividad de su interacción, incluso conflictiva. La identidad quiteña es, como decía Musil, “una hipótesis que esta aún por demostrarse”.