La nueva identificación o cambio de camiseta del legislador Fernando Villavicencio es un hecho muy importante en un panorama local y nacional de profunda inestabilidad y pésima imagen de un sistema democrático. Se trata de un político con algunas dotes: inteligencia política, tesón probado durante el gobierno de Correa y concreción antes que show en las denuncias que presenta.
Se desconoce si como otros llaneros solitarios la falta de convocatoria popular agote su existencia política y solo sirva para comodín coyuntural. Un llanero solitario, solo acompañado por el recordado corcel “Plata”. Esa ha sido la suerte de otros, que, con gran valía, pero sin convocatoria y por ende sin adhesión, desaparecieron o fueron víctimas del populismo de turno; una suerte que en los primeros meses del 2022, le espera a Villavicencio si se precipita en las fauces abiertas del régimen que sufre por la angustia de una supuesta desestabilización.
Se vive en uno de los más desabridos momentos: el Ejecutivo carece de un rumbo definitivo y el presidente se desgasta en la antigua expresión atribuida a Luis XIV “el estado soy yo”. Es presidente, secretario de comunicación, ministro de gobierno y de relaciones exteriores. Se cuida y deja al frente económico con la autonomía y responsabilidades de rigor. Cuenta con la ventaja de que no tiene oposición, cuyos últimos gemidos se expresan alterando la conducción de la Asamblea Nacional para captar el Consejo de Participación y nombrar Contralor de la República.
Si los dos paquidermos nacionales, el PSC y el correísmo, continúan en ese torpe andar el Ejecutivo – depende de sus nervios- utilizará la amenaza de aplicar la muerte cruzada. Sin embargo, sabe que se asemeja a una ruleta rusa con varios cartuchos. Lo más peligroso es que será una reelección será muy difícil y que Fernando Villavicencio pudiera un “outsider” triunfador. Por eso un alfil puede ser peligroso para cualquier reina propia o ajena.