El papa Francisco sigue golpeando duro con sus sencillos pero directos y contundentes mensajes. No tiene empacho en hablar claro, directo y no ha tenido recelo de criticar a curas, obispos y en general a todos aquellos cristianos que incumplen y con ello que le calce el guante al que le chante. Uno de tantos mensajes de fácil entendimiento ha sido a quienes dicen profesar la fe cristiana.
Es verdad que existen católicos que sin aspavientos y en forma silente practican la religión y actúan con responsabilidad social. Sin embargo, el Pontífice ha puesto el dedo en la llaga en aquellos falsos cristianos, los que figuran y aparecen públicamente como practicantes, que van a la Iglesia con periodicidad y hasta comulgan, que pregonan a los cuatro vientos que son católicos pero a la vuelta de la esquina violan los mandamientos y las normas que regulan a una sociedad. Atacan al prójimo que discrepa o critica; tapan o participan de la corrupción, por acción u omisión; luego vuelven al templo como si no habría pasado nada y tratan de dar lecciones de moral.
El Papa advertía que quien dona a la Iglesia y roba al Estado es un falso cristiano porque lleva una doble vida. Cuántos de ellos se exhiben con la piel cristiana pero actúan al revés como implacables depredadores. Jorge Bergoglio dedica sus mensajes reiterados al perdón. Recuerda que Jesús no se cansó de perdonar y por ello aconseja hacer lo mismo con los demás. Lo peor de todo es quien no se arrepiente de sus pecados y se cree infalible. La doble vida de un cristiano es tan mala, según el Papa, porque engaña y actúa con injusticia; aquel que se rasca el bolsillo y regala algo a la Iglesia, pero con la otra mano le roba al Estado y a los pobres que dicen defender.
En sus sabias palabras, el Pontífice escoge tres que definen a las personas en sus actitudes: permiso, perdón y gracias. El que pide permiso es más humilde, más integrador. El que pide perdón por sus errores, que como seres humanos cometemos todos, está en lo correcto porque lo contrario refleja el peor de los pecados: la soberbia. Y la palabra gracias, que sale del corazón y recuerda el refrán español: el que es bien nacido es agradecido. El que no usa estas palabras le falta algo en su existencia; fueron podados antes de tiempo o mal podados por la vida.
El Papa enseña con el ejemplo cuando reconoce sus pecados y dice que cada 15 días se sienta frente a su confesor. Una de las ventajas que tiene es su frontalidad para hablar las cosas y no escudarse en el doble discurso, de acuerdo con los auditorios. Él se dirige con el mismo mensaje a todos. No tiene miedo a perder votos ni seguidores porque no está en una carrera política y peor en una elección o reelección. Un Papa que siembra con sencillez en medio del fariseísmo, la corrupción, los abusos y los atropellos.