Hace algunas semanas, un burócrata eclesiástico envejecido en el servicio de los dos papas anteriores, el arzobispo Carlo Viganò, un conocido reaccionario, lanzó un ataque al papa Francisco, acusándolo de no tomar medidas en un caso de pedofilia. Y lo hizo, no porque quiera combatir el abuso de niños, sino porque es parte de una conspiración para volver al pasado.
Desde luego que nadie en sus cabales puede oponerse a que el arzobispo Viganò diga en una carta que siendo enviado en Washington, había informado a Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, sobre abusos de niños en Estados Unidos, sin que ninguno tome medidas. Pero hay que notar que confiesa un delito: por años sabía que se cometieron graves crímenes y no los denunció. Aún más, sus jefes, los dos papas de su misma línea de derecha conservadora, fueron encubridores. Lo que “denuncia”, en consecuencia, es un sistema de ocultamiento que funcionó por años.
Lo que llama la atención es que pida la renuncia al Pontífice que ha dado indudables pasos para enfrentar los actos de pedofilia de miembros del clero. Todavía falta bastante, pero sus posturas distan mucho de las de sus predecesores, que priorizaron la persecución al clero progresista mientras miraban a otra parte cuando se trataba de abuso de niños.
Aunque dijera la verdad, este cómplice de la pedofilia no habla de buena fe. Su verdadera intención es desestabilizar al Papa y obligarlo a renunciar. No precisamente para que venga uno más severo y progresista, sino para que vuelva la antigua cuadrilla vaticana de conservadores extremistas. Como el arzobispo Marcinkus, brazo derecho de Juan Pablo II, que dirigían el banco del Vaticano aliados a logias masónicas y a la mafia. Esos que, con el papa a la cabeza, se reunían con el jefe de la CIA en el mero Vaticano para programar acciones “pastorales”. Esos, que bendecían a gente como Maciel, el “padre” de los legionarios de Cristo y nombraban cardenales a quienes ya sabían que abusaban de criaturas.
Quieren deshacerse del Papa porque ha hecho algunas reformas que, aunque tímidas, abren un camino de renovación, desmontan el manejo de la burocracia vaticana y desafían a las grandes transnacionales, cuyas maniobras de mercado Francisco ha denunciado valientemente.
Esto deberían saber quienes, desde radicales posturas de denuncia de la pedofilia del clero, creen que le hacen un bien a la humanidad atacando a la Iglesia católica en masa y apoyando la salida del papa Francisco, a quien consideran igual que los anteriores, sin querer entender las grandes diferencias. La consigna de tumbar al Papa es de la extrema derecha. Hay que exigir “tolerancia cero” con los pedófilos y presionar para que el Papa sea cada vez más abierto y firme. Pero apoyar que se lo tumbe es un acto de ceguera o mala fe.