El cuarto día del paro fue más intenso. Se vivieron momentos intensos en algunos sectores. Los actos de vandalismo no faltaron y el movimiento se redujo ostensiblemente en las ciudades. No se trata de un panorama alentador.
El país está en un atolladero del que solamente se puede salir con el diálogo y, para ello, se necesita la voluntad de las partes. Son varios los llamados para un acercamiento de las partes en tensión, como la Iglesia Católica, los alcaldes y la Asamblea. El Gobierno ha dicho que acepta una mediación, pero que no es viable con los sectores violentos de la protesta.
Por su parte, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) se mantiene en que Carondelet debe recibir y asumir los 10 puntos de su agenda, que tiene, como principal demanda, la reducción del precio de los combustibles; la moratoria de la deuda por un año, precios justos en los productos del campo, entre otros.
Un consejero presidencial ha dicho, en cambio, que no se pueden tratar esas demandas porque son inviables y, a la vez, hay otras necesidades que no están contempladas y que deben ser prioritarias para las comunidades indígenas, como la desnutrición infantil, vialidad o el fomento para microproductores.
¿Hay, entonces, una verdadera voluntad de diálogo? ¿Hasta qué punto las posiciones se pueden flexibilizar? ¿Cómo tratar, por ejemplo, el último punto del listado de la Conaie, que tiene que ver con la seguridad ciudadana, si es también una de las grandes preocupaciones nacionales y gubernamentales?
Se abriga la esperanza de que el Gobierno y la Conaie, de sentarse a la mesa, estén dispuestos a entender la posición de otro y que encuentren el punto razonable. Hay un país que está expectante del avanzar de las movilizaciones y de las respuestas del Gobierno. Quiere una solución inmediata porque está en juego no solo la economía del país sino la real, la de sus familias, que viene muy maltrecha y solo mostraba síntomas de una mejoría. Se desea que, de llegar al diálogo, no lo conviertan, como dijo Jorge Luis Borges, en “un almuerzo de hombres que se detestan”.