El fin de la primera visita de un Papa latinoamericano al Ecuador, para seguir a tierras de Bolivia y Paraguay, nos vuelve al país polarizado de los últimos tiempos.
Lo ideal -no siempre posible-sería que los mensajes de uno de los líderes espirituales más importantes del planeta fueran asumidos por la sociedad y sus representantes con madurez.
Las palabras de paz, el pedido claro de diálogo sin exclusiones, la idea de un pueblo que está de pie con dignidad, el llamado de respeto a la naturaleza y la metáfora para decir que solo Jesús tiene luz propia, tuvieron impacto profundo.
El papa Francisco también resaltó valores doctrinarios sobre la familia y dio un mensaje sobre el papel de la evangelización – lo único revolucionario, dijo-, en las dos homilías de las misas campales que ofició en Guayaquil y Quito.
Luego de este paréntesis, y más allá de buscar las más variadas interpretaciones interesadas que siempre caben alrededor de sus mensajes, quienes se proclaman seguidores de sus enseñanzas y abogan por el diálogo debieran recabar sus mejores propósitos, frente a las dificultades de la hora presente.
El debate político crispado debiera reemplazarse por el respeto y la inclusión de las ideas de los otros. Avanzar en los esfuerzos por derrotar la pobreza lacerante solo es posible respetando las reglas del juego y gestando desde el poder una atmósfera de respeto. Ese espacio demanda tanto voluntad como rectificaciones necesarias para el bien superior de la paz y la vida en democracia.