Juan Ruiz, arcipreste de Hita, escribió el “Libro del Buen Amor”, una autobiografía novelada que salió a la luz en el siglo XIV, para divertir a la burguesía castellana con una narración de amor más realista que cortés, de campechano humor, relato interrumpido por salpicones de poemitas líricos en una época en que anochecía la Edad Media y empezaba a clarear el Renacimiento.
Siglo de la peste negra que devastó a Europa y azotó a una parte de España. “La alegría inicial del Libro del Buen Amor va cediendo paso al oscuro paroxismo de la muerte, en un desplazamiento desde el ámbito de lo amoroso al ámbito de la muerte”, dice un especialista de la Real Academia de la Lengua. Aclaremos que arcipreste era un cargo parecido al de arzobispo, pero con jurisdicción menos extendida y que Hita es un pueblo medieval en el municipio de Guadalajara de Castilla la Mancha, en el centro de la península Ibérica que consta ahora-con un guiño al turismo- en la lista de pueblos con encanto.
Sección importante del libro del Buen Amor es el relato, cuyo resumen va aquí: Don Melón de la Huerta, alias don Melón Ortiz, fracasa en sus intentos amorosos por torpe y descortés. Tiene la suerte de que se le aparezca en sueños don Amor, que le instruye a fondo en el arte de la seducción, cuyo instrumento más útil es contar con una tercera fiel y hábil. Gracias a la vieja Trotaconventos, conquista a doña Endrina: “¡Ay, Dios! ¡Cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza! / ¡Qué talle y qué donaire! ¡Qué alto cuello de garza!” La aventura concluye en boda: “Doña Endrina y don Melón, casados son.” Pronto vienen las aventuras extramaritales de Melón: corteja a una “apuesta dueña” a “montaraces” serranas, a una viuda, a una monja y a una mora. Concluye la narración con la muerte de la Trotaconventos, víctima de la peste negra.
Hoy es el tiempo de don Melón de la Huerta, tiempo del amor, tiempo de la alegría, tiempo de carnaval, tiempo en que los diversos pueblos de la Tierra se desenfrenan, olvidan que morirán y quieren perennizar el fugaz momento del placer inscrito en un inolvidable proceso de amorosa locura de amor, éxtasis y salida de uno mismo hacia la persona amada, precioso tiempo de la vida humana y de la sabiduría del “carpe diem”, del goza mientras puedas. Somos creaturas de provisionalidad, todos, todos en masa, todos necesitados de olvidar, que la muerte nos espera. Así estamos fatal, fúnebremente construidos.
“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar.” (“Eclesiastés: 3- 1 y 4).
En el ciclo litúrgico cristiano hay un tiempo de adviento y un tiempo de navidad, un tiempo de carnaval y un tiempo de cuaresma, un tiempo de pasión y un tiempo de resurrección, un tiempo de pentecostés y un tiempo ordinario. Sale el sol y se pone y vuelve a salir. Y vienen las nubes tras la lluvia.