La semana pasada el Presidente anunció con solemnidad la supresión del examen de ingreso a las universidades. La medida efectista sorprendió a pesar de ser oferta de campaña y respuesta a sectores que la reclamaban: estudiantes, maestros, colectivos indÃgenas… Casi 100 mil jóvenes quedaban excluidos cada año.
Muchos reconocen el aporte de la medida, pero establecen lÃmites. Ante todo, no significa aumento automático de cupos. Para ello es preciso recursos, equipamiento, nuevas carreras, docentes… Tampoco significa desaparición de un examen, sino traslado de competencias para aplicarlo. Ojalá no venga aparejado de venta de cupos o costosos cursos paralelos.
La medida aparece como un disparo y no una estrategia integral. Peor una reforma estructural… Tocamos dos temas de mediano plazo pero de intervención inmediata: enlace bachillerato-universidad y educación técnica.
El mundo universitario funciona de espaldas al bachillerato, a pesar de ser un solo sistema. Pretende subsanar vacÃos que vienen de atrás, atacando efectos y no causas. La mejor vÃa de acceso a la universidad radica en la calidad sin exclusiones de un Bachillerato. Preparación suficiente sin discrimen: público y privado, urbano rural… Solo asà se garantiza la igualdad de oportunidades. Articular los niveles resulta imperativo.
Sobre la educación técnica sobran los discursos. Se aprueba como camino paralelo y alternativo; no todos deben ser universitarios, no solo es asunto de cupos. Las carreras técnicas ofrecen un mundo de oportunidades. Potenciarlas es un deber, empezando por elevar el valor social de sus especializaciones, para estudiantes, para el empleo, para el paÃs. El apoyo en orientación vocacional desde el Bachillerato es vital. Para evitar deserciones, múltiples ensayos, frustración.
Por ahora, dos lÃneas estratégicas. El disparo suelto ayuda pero apenas abre el tema. Los centros superiores rebosan en propuestas. Necesitan del estado condiciones favorables para liderar una aventura de cambio.