Ayer se cumplieron 100 días de la guerra entre Rusia y Ucrania. Como siempre, hay dos posiciones ante el entorno bélico: unos se manifiestan totalmente a favor de Ucrania y condenan a Rusia; otros, en cambio, tienen sus propios argumentos que explican el ataque de Moscú. Sin embargo, la sensatez dirá que toda guerra es innecesaria, perversa y solo genera un profundo dolor.
Han sido 100 días de enfrentamientos que dejan al menos
4 000 civiles muertos. Hay ciudades enteras destruidas. La vida de la población mutó de un día para el otro: familias separadas, migración forzada, búsqueda de refugio.
La comunidad internacional ha respondido. Occidente en su mayoría, liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, ha condenado el ataque de las fuerzas armadas rusas, que son muy superiores a las ucranianas. Han impuesto sanciones económicas. Empresas dejaron de operar en Moscú y otras ciudades; se han confiscado propiedades de los oligarcas rusos, como yates o mansiones. Se ha llegado al extremo de impedir la participación de deportistas de nacionalidad rusa en torneos internacionales e incluso dejar de leer en universidades las obras de Dostoievski, Tolstoi, Chejov, entre otros grandes escritores.
Estos esfuerzos no han minado la popularidad y el apoyo nacional que tiene el presidente ruso Vladimir Putin. Allí se han adherido a la tesis de la amenaza de la OTAN, más que la defensa de los rusos que habitan en Donbás. Sin embargo, poca información circula en Moscú y ya el Kremlin advirtió a los corresponsales de prensa estadounidenses.
Como todo conflicto armado de estos tiempos, las repercusiones son globales. Se ha afectado a la economía mundial. Las poblaciones lo sienten en su cotidianidad. Los precios de la energía, de los combustibles, del aceite, de alimentos, del papel… se han encarecido. Ecuador redujo el valor y el monto de exportaciones a ambos países. Sin embargo, no hay señales de que el conflicto pueda terminar prontamente, que es lo deseable. La paz siempre será un valor superior, un bien de la humanidad.