Federico González Suárez decía al iniciar su Historia General de la República del Ecuador: “Escribir la historia de un pueblo es narrar su origen, sus adelantos, sus vicisitudes y los caminos por donde ha llegado al punto de grandeza o decadencia moral en que lo encontró el historiador en el momento en que emprendió su narración”. Así destacaba dos elementos fundamentales de la producción histórica: primero, que se escribe historia desde la experiencia del presente; segundo, que su objetivo no es solo informar sino incidir en el comportamiento social, que en su caso entendía como moralizar a la sociedad.
Pero “moralizar” la sociedad no tiene una fórmula única. La relación entre historia y moral es compleja. Así como no hay verdades o valores que fueran eternos e inmutables, no existe un relativismo moral que pretenda que cada quien tiene la visión y las reglas que le parezcan.
Lo que hay es el reconocimiento de la historicidad de la propia visión histórica.
Edward Hallet Carr sostiene: “cuando examinamos esos valores supuestamente absolutos o extrahistóricos, vemos que también ellos están de hecho vinculados a la historia”. Y añade de inmediato: “El historiador serio es el que reconoce el valor históricamente condicionado de todos los valores y no quien reclama para sus propios valores una objetividad más allá del alcance de la historia”. No debemos olvidar que la “historicidad” de nuestras realidades andinas y latinoamericanas implica también su subordinación económica, intelectual y cultural en el marco de un sistema mundial de dominación, cuyos valores se asumen como “universales”.
Similar complejidad existe cuando se trata de establecer cómo el historiador puede descubrir la verdad del pasado. Está fuera de duda que busca la verdad. Así lo declaraba González Suárez al defender su “criterio histórico”. Pero ni la verdad está encerrada en los documentos, ni es una realidad que se da fuera de su propio contexto histórico. Dicho de otra manera, no hay ni recetas para obtener la verdad, ni medidas mecánicas para establecerla.
Solo podemos conocer mejor los hechos y los procesos si tenemos ante ellos una actitud crítica. Es decir, tratando de que nuestro juicio se forme a partir de las evidencias, calificando cuidadosamente las fuentes de nuestro trabajo, no aceptando sin más lo que parece obvio y no perdiendo nunca la certeza de que en todos los casos solo obtenemos una visión parcial de la realidad.
He traído estas ideas ante los lectores, porque en estos tiempos, un poco más que antes, la historia y sus personajes se han vuelto instrumentos para justificar la acción política inmediatista, a través de la canonización de personajes “buenos” enfrentados a los “malos”. Pero la historia no es así. Nos obliga a entender la realidad social, que siempre es compleja.