Aunque la más reciente declaración conjunta chino-rusa se relaciona con la crisis de Ucrania, incluye varias aseveraciones que vale destacar, porque revelan lo que entienden por democracia.
Señalan que “la democracia es un valor humano universal y no un privilegio de un número limitado de Estados”, por lo que su “fomento y protección” son responsabilidad de la comunidad mundial, ellas incluidas. Agregan, y es lo esencial, que “no hay un modelo único para guiar a los países en el establecimiento de la democracia”, pues un país puede elegir las formas y métodos que mejor se adapten a su situación, basándose en su sistema social y político, sus antecedentes históricos, sus tradiciones y sus características culturales.
Por ello rechazan el intento de algunos estados de imponer “sus propias formas democráticas a otros países” y de monopolizar el derecho a evaluar el nivel de cumplimiento de los criterios democráticos. Tales propósitos son más bien “una burla a la democracia”.
Dicen, finalmente, que los derechos humanos “deben protegerse de acuerdo con la situación específica de cada país y las necesidades de su población”.
Es obvio que estas afirmaciones pretenden ser, en primer término, una justificación del sistema político que rige en tales países y que ningún otro tiene derecho a observar. Pero esta prohibición se extendería, en verdad, a cualquier sistema que cualquier país pudiera implementar, si es fruto de sus antecedentes, tradiciones y cultura; y que merece, por tanto, ser fomentado y “protegido”. Cuba, Venezuela, Bielorrusia, países en cualquier lugar del mundo, tienen derecho entonces a implementar su fórmula presuntamente democrática, sin elecciones libres, pluralidad de partidos políticos, división de poderes. Y nadie les pueda observar, porque también es democracia.
Y en cuanto al respeto de los derechos humanos, igual: se observará en cada caso según la situación de cada país. Es decir, según lo decida el examinador de turno.