El tema cabe referirlo en el ámbito del “Idealismo alemán”, representado emblemáticamente por I. Kant. Para éste, “trascendental” es el conocimiento que parte del modo de conocer los objetos, en el cual lo determinante viene dado “a priori”. En la filosofía kantiana, referirse al a priori es remitirse a la “razón pura” como su origen.
El cerebro es un órgano de percepción convocado a generar un proceso de reflexión. Mediante ésta estamos en capacidad de “advertir” y actuar en consecuencia… de trascender. El “yo” que se abstrae de la deliberación y consiguiente advertencia jamás se encontrará a sí mismo. A través de la reflexión damos sentido al concepto. Si fijamos la mirada en un “fenómeno” dejando de recapacitar sobre él, el conocimiento quedará viciado y no repercutirá más allá del solo yo.
Lo conocido – en Kant – está conformado por lo dado y por lo puesto. El pensamiento no se adapta a las cosas; son las cosas que se adecuan al pensamiento. Por imperiosa necesidad, en el conocimiento, aquello que “se da” se complementa con lo “que ponemos”, y surge la cosa razonada. Para nosotros, ya en el plano sociológico, en caso nos mantengamos neciamente en lo observado aislándonos en nuestro yo, perpetuaremos la intrascendencia. Éste es, de hecho, uno de los mayores defectos de quienes se resisten a mirar el entorno en su real dimensión, limitándose a ponderarlo bajo la lente de un conocimiento no racional.
Metáfora: la acémila no razona sobre la carga que lleva en su lomo, se limita a sentir el peso sin importarle cuál es el bulto. El problema no es su condición de burro mas su incapacidad de trascender en pensamiento. Lo mismo sucede con los sectores sociales disparatados… advierten las secuelas – violencia, inestabilidad socioeconómica y muchas otras relacionadas – de la sociedad inequitativa que preconizan. Sin embargo, se abstienen de raciocinar sobre el por qué. En definitiva, su conocimiento y pensamiento (a la inversa si se desea) dejan de trascender y por ende son inútiles.