El personaje que mejor simboliza las últimas elecciones de EE.UU. es Alexandria Ocasio Cortez. Esta newyorkina de familia puertorriqueña parece diseñada en computadora para encarnar exactamente lo opuesto a Donald Trump: si este es viejo, blanco, millonario, égolatra, prepotente, mentiroso, racista, machista y así por el estilo, ella es joven, la más joven congresista que haya sido elegida nunca, alegre, trigueña, camarera y educadora, defensora de las minorías, que, para mayor inri, no solo de los republicanos sino de la élite de su partido (porque no todos los demócratas somos iguales, dice) tiene la audacia de declararse socialista y triunfar con esa bandera.
El problema es que entre esos dos polos caben cientos de candidatos variopintos y millones de votantes que permiten las más diversas lecturas de los resultados. Concentrémonos en algo que también sucede por estos lados: el voto de rechazo a los caudillos arrogantes y corruptos, que suele confirmar la famosa ley del péndulo, aunque ese péndulo haya retornado solo hasta la reconquista de la Cámara de Representantes y varias gobernaciones pues Trump conservó el Senado y fortaleció la adhesión de sus bases, ubicadas sobre todo en el sector rural y entre la crema de Wall Street.
Con su conducta atrabiliaria y despótica y su ataque permanente a mujeres, mexicanos, musulmanes, periodistas, migrantes y a todo lo políticamente correcto, el Presidente despertó en su contra a lo mejor del pueblo norteamericano, que el martes se lavó la cara. Si en 2016 había cosechado el voto anti-establishment (él, el producto más acabado del sistema, tanto como un Bolsonaro militar, machista, racista y religioso) ahora millones de norteamericanos, incluidas muchas mujeres y jóvenes millenials, votaron básicamente contra la manera de ser y ejercer el poder de Trump, contra la falsedad de su peinado, pasando por alto la buena situación económica . Y votaron, por supuesto, a favor de la ola femenina y la diversidad racial.
Porque el péndulo combina elementos negativos con positivos. Si un Brasil enardecido por la corrupción del PT y la crisis económica se movió hacia la extrema derecha, México, por el contrario, giró a la izquierda en rechazo al corrupto PRI y sus devaneos con Trump.
Acá también vivimos, en 2014, el voto de rechazo de los quiteños a Correa y su candidato Barrera, lo que llevó a la alcaldía a un personaje sin experiencia ni carisma porque, a diferencia de los demócratas en EE.UU., no existía un partido arraigado en la capital que hiciera frente al déspota: la DP se había disuelto con la catástrofe de Mahuad, y muchos cuadros y ex cuadros de la ID se entregaron a Correa a cambio de embajadas, ministerios, IESS, jugosos contratos. Y otra vez pretenden que votemos por ellos como si tuviéramos Alzheimer.