No es momento de seguir lanzando gasolina al fuego, acción a la que de manera desquiciada, todos nos hemos dedicado en estos días, tanto desde las alturas del poder, como desde algunos medios, o del poblador que sale a expresar su inconformidad. Ya llegará el momento de evaluar por qué llegamos a este punto a sabiendas, desde hace mucho, que se presentaría este escenario. Llegará el tiempo de precisar las responsabilidades de operadores políticos, que antes y ahora, no comprendieron la dimensión integral del problema, que no era solo económico, por lo que establecieron rutas equivocadas, que nos ha llevado al borde del abismo.
Ya llegará el momento. Esta es hora de la sabiduría y serenidad. Ahora la primera tarea es canalizar la crisis, que impida que la violencia siga escalando, que frene el derrame de sangre inocente, que precautele la convivencia pacífica, y preserve el ordenamiento democrático que está seriamente amenazado.
¿Pero cómo canalizar y resolver la crisis? A través del diálogo, sabemos todos. Sin embargo, el diálogo por diversas razones está devaluado, razón por la cual el esfuerzo es enorme para crear condiciones que permita sentarse a los actores confrontados, gobierno-movimiento indígena y movimientos sociales.
Lo primero es crear voluntad política para que el diálogo se desarrolle. Esta voluntad debe construirse con intervención-movilización urgente de la sociedad civil, que presione al Ejecutivo y a la dirigencia indígena a ir a una mesa de negociaciones sin posturas rígidas, y con la intención de ceder y conceder, bajo los principios del bien común, justicia social, ética y visión estratégica para el país.
No podrá haber conversación sino se crea un ambiente de confianza, que debe traducirse en acuerdos y compromisos tangibles y mensurables en el tiempo.
Confianza no solo para los dialogantes, sino para todo el país, que debe observar el desarrollo de las conversaciones en la más absoluta transparencia y abundante información. Tal escenario bajará las tensiones de todos y obligará a uno y otro, a llevar a la mesa propuestas de solución, no consignas, particularismos, prejuicios o demandas desmedidas.
Para dialogar es necesario bajar el nivel de influencia de los halcones en cada uno de los lados. No es la hora de los dogmáticos y violentos. Es momento de sabiduría, creatividad y de visiones integrales en las soluciones.
El diálogo es para sostener la democracia, la justicia social y una economía sostenible, por lo que el gobierno, para canalizar ese proceso, debe establecer las medidas legales para detener a los azuzadores y golpistas, que los tiene identificados.
En todo este ejercicio es necesaria una mediación, que cree el ambiente y espacio de confianza. Las universidades ya han presentado sus buenos oficios.