A pesar de la ceguera y la lentitud del poder sobre la violencia a gran escala, destacamos tres avances que parecen posicionarse. Sentido de prioridad de la seguridad (el delito llegó a las escuelas). Visión del carácter complejo y estructural (rebasa lo punitivo y los recursos). Urgencia de coordinación nacional.
Los colectivos e instituciones ya están en la escena. Hay acercamientos con gobiernos locales (pese a errores de la reunión), empresarios. Se anuncia coordinación con sociedad civil, academia, medios. Se vislumbra contactos con el poder judicial y sectores de la Asamblea… No será fácil ni llegarán todos. Habrán oportunistas -por prebendas o votos-, implicados, indiferentes. Se aprecia -con visión optimista- predisposición.
Esa es la base, llegó la hora. Es preciso suprimir las culpas, las quejas, los exhortos, las metidas de pata. Es momento de encajar las piezas en una visión integral. En una política sistémica de seguridad. Dar sentido a las iniciativas dispersas, vengan de Israel, una alcaldía, la comisión de pacificación o la Embajada EU. No es asunto de ayuda voluntarista. Se precisa plan armónico, enfoque estratégico, competencias claras, dirección… ¡Cuidado!: el paralelo con el Plan Colombia no es un referente afortunado. Respondió a otro contexto e intención. El modelo de seguridad debe dibujarse adentro, con diálogos democráticos.
El insumo básico descansa en un diagnóstico fino y totalizador. No basta la explicación que todo es reacción a la acción firme del gobierno. Tampoco a la inacción de gobiernos locales pasados. El asunto es más redondo e intrincado. Y solo con buen diagnóstico se podrán diseñar líneas estratégicas claras, certeras, articuladas.
Quedan muchos frentes por abordar. Resaltamos tres. Uno, la depuración a todo nivel, no solo de las fuerzas del orden. Dos, el aporte de asesores sensibles, críticos, creativos. Y tres, una estrategia vigorosa de sistematización y comunicación. No desperdiciemos la ocasión. No se repetirá.