Tarde o temprano el presidente Guillermo Lasso tendrá que enfrentar la paradoja de la actualidad que consiste en la existencia de territorios donde ocurren atrocidades y parecen inexpugnables y otros territorios que mejoran el nivel de vida de sus habitantes, pero son vulnerables a los ataques del exterior.
Para decir lo mismo con nombres; hay países como Cuba, Venezuela, Nicaragua que han reducido a sus habitantes a las condiciones mínimas de supervivencia, que han instaurado la servidumbre como único modo de superar el miedo, que han desarrollado ejércitos descomunales y que han incubado las formas más grotescas de corrupción y, sin embargo, nadie puede hacer nada desde fuera, ni las potencias, ni los organismos internacionales, ni las organizaciones religiosas; parecen inexpugnables y se obstinan en el mal.
Otros países como Chile, Perú, Colombia, lograron implementar sistemas económicos que han rescatado a millones de ciudadanos de la pobreza, que han mejorado el nivel de vida de sus habitantes, que exhiben un notable crecimiento de la clase media, que se rigen por normas democráticas, que respetan los derechos humanos y, sin embargo, parecen inermes ante las rebeliones, las revueltas, la protesta violenta y el terrorismo, adoctrinados y financiados precisamente por esos estados corrompidos que han pervertido la democracia y tienen la desfachatez de exportar su miseria.
Tarde o temprano llegarán a nuestro país los navíos de la violencia con su carga de instructores, “académicos”, trolls y hackers a reclutar líderes indígenas, sindicalistas, resentidos, marginados y desempleados para organizar la marcha contra el sistema en nombre de la democracia, la libertad y la justicia. Entonces, Lasso se planteará si Ecuador debe ser un Estado policial para echar combustible a la protesta o un Estado tolerante que se confunda con un gobierno débil, dispuesto a ceder y a caer. Él mismo se planteará si quiere ser un ídolo, un presidente o un estadista.
Guillermo Lasso no tiene condiciones para ser un ídolo que arrastra fanáticos, ahora es solo un Presidente asediado por políticos oportunistas, pero puede convertirse en un estadista de aquellos que alguna vez tuvieron los países y ahora quisiera tener nuestro confundido planeta. Un estadista que sea capaz de ofrecer “sangre, sudor y lágrimas” a quienes quieran ser libres, a los dispuestos a pagar ese precio para derrotar a los predicadores del nacionalismo, del progresismo, la demagogia y el populismo.
Para superar la paradoja de los malvados inexpugnables y los eficientes desamparados, el presidente Lasso debe plantearse no sólo metas ambiciosas, debe programar un modelo distinto al socialismo fracasado y al liberalismo agonizante. Él mismo deberá dejar de ser un Presidente acosado por todos para convertirse en un estadista capaz de decir la verdad y exigir el precio de la libertad.