Primer año de gobierno: conflictivo, trabado, errático… Sin pretensión de inventariarlo todo, resaltamos algunas claves.
El mejor logro, vacunación. El peor retroceso, trabas al aborto por violación. Los escándalos más infames: amnistías y liberación de Glas. El problema más espinoso, narco y violencia.
Lo más insólito, sin embargo, ha sido la convivencia de tres mundos en el país. Se rozan pero no se potencian: el mundo de la macroeconomía, el mundo de la política y el mundo de la calle. Espacios con diversas urgencias, códigos, aspiraciones.
En el mundo macroeconómico festejan las victorias. Han cumplido con disciplina -y servilismo- la ruta con sello FMI. El Ejecutivo se jacta de sus logros: poner la casa en orden, indicadores positivos (PIB, déficit, reserva, impuestos…). “Ahora sí” viene el despegue y el pueblo. El exitismo los embriaga. Celebran.
El mundo de la política se expresa en una Asamblea purulenta. Las disputas feroces y ridículas por ambiciones personales o grupales campean. El correísmo avanza por mañas propias e inutilidades de los otros. Batallitas ganadas que le encaminan a su presa mayor. Se frotan las manos.
En el mundo cotidiano, las percepciones son diferentes. La gente se concentra en cuidar su vida de la violencia y en preservar con uñas y dientes empleos o chauchas temporales. El mundo económico y político son vistos como telenovela. Episodios para criticar, entristecerse, burlarse, cabrearse. Se resiste.
Tres mundos paralelos. Encapsulados. No suman, dividen. El exitismo del mundo presidencial y el risible mundo político bailan con su propio sombrero. Le dan la espalda al mundo de la calle. Lo desconocen, lo manipulan, lo funcionalizan.
El futuro es un acertijo. Ojalá el año deje aprendizajes, no solo heridas. Las opciones que quedan no son muchas. Profundizar el neoliberalismo con rechazo social. Ceder y sobrevivir anclado en acciones menores y bonos. Alterar el rumbo para hacer de la vida ciudadana el eje de un mandato… antes de que sea tarde.