Una mezcla de vergüenza, incredulidad y rechazo se sintió en la ciudad de Washington cuando el último miércoles turbas de seguidores enardecidas por las palabras del presidente Trump irrumpieron con violencia en el Capitolio para impedir el proceso de certificación electoral.
Tras la bochornosa acción, el mandatario republicano, que antes había proclamado la hora de la fuerza y prometido a sus partidarios que nunca se rendiría ni concedería la victoria a su rival demócrata, les instó después a retirarse en paz; reiteró que los amaba y no dejó de repetir sin prueba alguna que le habían robado el triunfo en las elecciones.
Las contradicciones han sido moneda corriente de un liderazgo que parece cortado con la tela de los populismos que conocemos en América Latina: incontinencia verbal, tendencia maniquea a dividir la sociedad y polarizarla, ataques a la prensa crítica y sustento en medios que aplauden y difunden las versiones oficiales, omnipresencia en las redes sociales (los tuits se manejan como sus instrumentos preferidos de comunicación).
El líder funge de portador de una especie fe religiosa, y los partidarios se convierten en sus fanáticos seguidores. Tanto que buscan “justificaciones” para eximirle de responsabilidades hasta en las acciones más reprobables. Y difunden versiones alternativas para cambiar la realidad: no fueron los supremacistas blancos, ni los seguidores que lucían camisetas pronazis, ni los Proud Boys, ni otros grupos de ultraderecha, sino antifascistas disfrazados de partidarios de Trump quienes provocaron la criminal violencia.
Lo más nocivo de este tipo de liderazgos resulta que la mayor víctima termina por ser la verdad. Los populismos se construyen a partir de engaños. Así el asalto al Capitolio partió de las acusaciones de fraude electoral. Esa versión repetida de forma incesante fue rechazada por la justicia. Sin embargo, seguidores de presidente derrotado la dan por cierta.
La democracia estadounidense se halla herida y en una encrucijada. La justicia no puede dejar sin castigo a los culpables de lo desmanes. Han sido apresados ya algunos de los protagonistas; y de otros más se exhiben fotografías para identificarlos. La impunidad sería un funesto precedente.
¿Y qué acontecerá con Trump? ¿Es su final? No renunciará, ni el vicepresidente Pence ni el gabinete activarán la Enmienda XXV de la Constitución para declararle incapaz de seguir en el cargo. ¿Es viable la destitución cuando faltan tan pocos días para que inicie su mandato Joe Biden?
Hay muchas razones por las que el presidente saliente sea llamado a los tribunales de justicia. Pero ¿será posible aquello cuando más de 70 millones de votantes se pronunciaron por él en las urnas y contó hasta antes del 6 de enero con el complaciente apoyo del su partido?