Si hasta hace pocos años la relación con China fue vista como una oportunidad, hoy en día se está convirtiendo en una amenaza a la seguridad del Estado.
Acostumbrados como siempre a no tener una visión estratégica y una apreciación geopolítica del escenario internacional, muy pocos cayeron en cuenta de la proyección y expansión sigilosa que estaba teniendo China en el mundo y América Latina.
Mientras nuestra “izquierda” festejaba y se regodeaba de los desplantes que Correa le hacía al imperialismo yanqui, nunca se percataron que ese estrechamiento de las relaciones con China podía ser mucho más perjudicial para los intereses del Ecuador.
La presencia de 265 barcos pesqueros chinos en el límite de nuestras costas y de las Islas Galápagos han disparado las alarmas. Y pese a que se mantienen en el límite permitido, la flota pesquera china es una grave amenaza para el frágil ecosistema de las Islas Galápagos. Investigadores de renombre internacional han llegado a considerar a esta flota como la “fuerza depredadora más poderosa y abominable del mundo”.
La falta de control en otras zonas del planeta ha llevado a que, por ejemplo, se hayan mermado considerablemente las reservas pesqueras de los países de África Occidental. En nuestro caso, la reducción del presupuesto para la Armada del Ecuador le ha restado capacidad operativa y de control en nuestra zona económica exclusiva. En consecuencia, el nivel de vulnerabilidad es más alto.
Pero no solo es eso. El problema mayor tiene que ver con el aumento del nivel de dependencia con China. Ecuador mantiene una deuda que supera los 6 mil millones de dólares. Las autoridades económicas hablan de nuevos créditos por cerca de 2400 millones de dólares. A más de ello, el gigante asiático es el segundo mayor destino de nuestras exportaciones después de la Unión Europea. Especialmente de camarón, banano y madera.
Esta situación deja de ser una ventaja para convertirse en una vulnerabilidad. Por el temor de que nos corten el financiamiento o limiten la entrada de nuestros productos (como sucedió semanas atrás con el camarón supuestamente contaminado con covid-19), ¿debemos hacernos de la vista gorda con la flota pesquera que depreda nuestras costas y las Galápagos? ¿Nos hacemos los locos frente a los graves problemas técnicos que tienen las hidroeléctricas y obras de infraestructura hechas por empresas chinas en contubernio con funcionarios corruptos de la época del correato? ¿Abrimos las puertas para que sigan explotando no solo petróleo sino minerales sin mayor control?
Lo penoso de todo es que a medida que pasa el tiempo los recursos naturales de nuestro país se verán más expuestos a la voracidad de China, agudizándose, como ha pasado en África, los niveles de subdesarrollo, inequidad, corrupción y postración económica. De ahí la necesidad de disminuir la dependencia de China y plantear una relación en términos más equilibrados y en función de nuestros propios intereses.