El escarpado tránsito a la libertad, a esa referida nueva normalidad, se ve complicado. El proceso todavía luce incierto. Hace falta paciencia.
La foto de los lugares que se abren al nuevo estilo de vida no es muy esperanzadora.
En la conciencia colectiva del planeta pesa el dolor. Los fallecidos ya no están, no volverán, queda el postrer y duro recuerdo.
Las imágenes por doquier son de desazón y de urgencia por ir reconstituyendo una cotidianidad perdida por el extraño virus, que acecha, que no se va, que amenaza.
Todo pasa, pero quienes no conocimos una humanidad oculta bajo máscaras y sin sonrisas, tardamos en acostumbrarnos.
Quedan las huellas de la devastación. Los cuerpos tirados en las veredas, los deudos sin las cenizas de los suyos, aquellos que no pudieron dar el último beso al ser amado.
La vida sigue; es preciso empezar a andar, a paso lento, eludiendo las piedras del camino, siempre alertas del abismo.
Reconstituir la vida vertiginosa no será tarea fácil, acaso imposible. Parar a pensar, ver un mundo a gatas, a la gente triste e impotente es un baño de humildad enorme.
Para muchos el encierro fue y es un infierno. El castigo divino que llegó en esta misma vida y un ajuste de cuentas anticipadas de aquel juicio final que evadimos.
Para algunos el trabajo se hace más largo y laborioso desde las computadoras y los teléfonos inteligentes y de los otros…
Para los maestros el reto era acertar con las clases teledirigidas; captar la dispersión de los alumnos y fulminar esa fugaz angustia y hacer atractiva la lección.
Para los niños y jóvenes la carga de las tareas, la lucha contra la volátil concentración, la zozobra de compartir el ordenador. Padres y hermanos, aguardan impacientes.
Para quienes salen de casa cada día, la vestimenta nueva, la escafandra, las máscaras nos separan del virus y de otra gente.
Para los médicos, enfermeras y personal de salud, la angustia ajena que se transforma en propia por la incertidumbre.
Para policías y soldados, los más, todos aquellos que no han golpeado ni maltratado, es esfuerzo supremo de contener la seguridad y aportar a la disciplina social.
Para los campesinos y trabajadores del agro, la urgencia de la cosecha y la movilización de alimentos a los mercados y las ciudades que los esperan con ansiedad.
Para supermercados y tiendas, puntual atención, abastos oportunos, suficientes.
Para los desempleados, el pavor a morir de hambre; salir para rescatar un dólar que lleve comida a la mesa. Constatar que los clientes se esfumaron o no tienen dinero.
Y ahora la espera de los semáforos que titilan con sus luces de colores es un guiño. Debemos proteger nuestra salud y cuidar la vida, pero debemos volver a la producción y al trabajo, o hasta procurar uno nuevo; debemos andar el sendero pedregoso de un futuro incierto con la convicción de levantar el vuelo, como el Ave Fénix. El ser humano sabe vencerse, aún a sí mismo y caminará paso a paso, con cuidado, sin descanso. Es el reto inmenso de los tiempos…