No es novedad que, en la Constitución de Montecristi, la parte orgánica contradice muchas veces a la parte dogmática. Es como si el legislador constituyente hubiese querido borrar con el codo lo que había escrito con la mano. O como si hubiese creído que los ecuatorianos somos un hato de imbéciles: quiso contentarnos con la declaración abstracta de un centenar de derechos, pero enredó tanto su aplicación que dejó en claro su poca voluntad de respetarlos. La interminable enumeración de derechos de la parte dogmática, contrasta con los procedimientos que la parte orgánica establece para su aplicación: son unos procedimientos parecidos a las famosas vueltas de Otón de nuestros antiguos caminos hacia el norte: vueltas y vueltas en seguidilla por un angosto camino que bordeaba el precipicio.
Lo estamos viendo en estos días, cuando la Asamblea tiene en sus manos la tarea de dar paso a la consulta popular propuesta por un apreciable número de ciudadanos. Después de casi un año de trámites y más trámites, el proyecto de consulta ha llegado a la Asamblea, ¡y no han faltado asambleístas que han propuesto suprimir la pregunta relativa a la composición bicameral de la legislatura! Pienso que, como ya es frecuente, esa propuesta carece de lógica …, y carece de vergüenza.
Primero, carece de lógica: de acuerdo a la teoría de la representación democrática, los electores son los mandantes y los legisladores, sus mandatarios. No cabe, por lo tanto, que los mandatarios modifiquen o supriman lo que quiere preguntar un significativo número de ciudadanos que son electores, o sea, mandantes. Lo contrario sería como si el mayordomo quisiera modificar la voluntad del dueño de la casa.
Segundo, aquella pretensión también carece de vergüenza: es obvio que si nuestra legislatura fuera un ejemplo de pulcritud, diligencia, honestidad e inteligencia, a nadie se le ocurriría modificarla; pero si un grupo de ciudadanos de reconocida competencia intelectual y honradez no desmentida, ha decidido con amplio apoyo proponer una consulta popular para enmendar la composición del órgano legislativo, ello se debe al deplorable grado de descomposición al que ha llegado la Asamblea. Alguien ha dicho ya que la actual es la peor que ha tenido el Ecuador desde 1830. Yo no sé si lo sea, pero es, en efecto, una Asamblea de mediocridad intelectual manifiesta, y para colmo, está cubierta con una mancha de dudosa moralidad: si no fuera así, no estaría la mitad de sus miembros sometida a la investigación de la Fiscalía, ni hubiera tantos asambleístas “discapacitados”.
No sé si esta situación ya se habrá modificado cuando aparezcan estas líneas. Pero el solo hecho de que algunos asambleístas hayan opinado en contra de la pregunta sobre la bicameralidad, es una prueba adicional de la urgencia de reformar el órgano legislativo. Hay que hacerlo, y hacerlo ya, para salvar el futuro y no morirnos de vergüenza.