Nuestra vida política está matizada por episodios absurdos, desquiciantes. Personajes que protagonizan hechos carentes de lógica. Causan rabia, desasosiego, burla. Realismo mágico. Folklore político… Veamos.
El caso del Superintendente de Bancos sobresale. El Gobierno promueve a un opositor que no cumple requisitos. Al percatarse recurre a la amenaza. El personaje se sostiene con apoyo correísta. Una jueza de Samborondón anula el nombramiento y exige otra terna. Otro juez de Yaguachi por poco logra el nombramiento. Al final recula. La Asamblea no se dará por vencida…
El insólito hackeo en la Asamblea Nacional es otro ejemplo. El país mira estupefacto cómo se alteran votos para favorecer a la mayoría correísta y su afán de destituir un Presidente. Gravísimo. Impresentable… el principal de la Asamblea le baja el perfil y sigue campante.
Aspirantes a policías y militares integran partidos y movimientos sin su consentimiento y a los que ni conocen.
Registros del CNE poco creíbles. Partidos que completan impúdicamente sus listas. Para sobrevivir y recibir plata. La peor… un habeas corpus concedido a Jorge Glas y Daniel Salcedo. El juez Molina de Portoviejo que dicta la excarcelación no estaba en funciones, no tenía jurisdicción. El Gobierno no acata la orden y la Judicatura arremete contra el juez. Todo retorcido. Deforme.
Hay muchos casos más. Banda de pueblo en AN para invitar a una fiesta cantonal. Un padre y su hijo compitiendo por una Alcaldía. Un misógino alardeando de sus fanáticas. Un robo al mero Comandante de Policía. La esposa de un Gerente petrolero tomando decisiones institucionales…
Hay elementos en común. La obsesión por el poder y la figuración. El manoseo de la norma. La falta de credibilidad de las instituciones. La ausencia de sanciones. La degradación de la política que multiplica el asco y la indiferencia… No son episodios aislados, son parte de nuestra cultura política. Hechos repugnantes que podemos castigar con nuestro voto. Es nuestra arma y obligación.