Los edificios icónicos del aparato público de otros países son deslumbrantes. No es un tema de gasto, es un tema de reputación, de imagen; se trata de una demostración de lo que es el colectivo nacional. Hace pocos días estuve en la Asamblea Nacional, en el “glorioso” auditorio Mejía Lequerica, es una de las salas más importantes de una institución cima del orden ecuatoriano. Me enteré de que la alfombra – originariamente- era de color crema porque vi las esquinas de la sala. En el resto de la sala el color de la alfombra era ininteligible. Una mugre, un chiquero, un pantano. Los “dignos representantes” ecuatorianos se tienen que pasear por ese lodo, parte de su trabajo es caminar en esa suciedad.
Vayan a ver la gloriosa Plataforma Financiera del norte de Quito, el símbolo de la modernidad administrativa nacional. Ese edificio tiene unos enormes jardines verticales. Podridos. Descuidados. Al ver la paja seca que cuelga vergonzosamente de los costados del edificio, uno no puede dejar de pensar: “Si no son capaces de cuidar jardines, como demonios serán capaces de manejar eficientemente nuestro dinero, de proyectar la industria nacional, de resolver los complejísimos problemas del país”Yo pienso que las formas siguen el fondo. Un cirujano sucio y descuidado, formalmente negligente, no será -salvo una formidable excepción- un profesional sobresaliente. Un abogado que no cuide su archivo, un cocinero con sus ollas quemadas; esos indicios dicen mucho sobre el profesionalismo de fondo.
Sensu contrario, yo creo que los destartalamientos son un reflejo de las instituciones. Y, por supuesto, son una muestra de los profesionales que las conducen. La Asamblea es tan sucia como sus alfombras, los organismos de la Plataforma (SRI, Aduanas, etc.) están tan muertas como sus plantas. Pero, con un enorme nivel de caradura, quieren que confiemos en ellas. ¿En serio? ¿No creen que deberían asearse un poco antes de pedirnos impuestos?
Mi tesis: la mayoría de funcionarios no tienen su cargo por un proceso meritocrático. Yo lo he visto con mis ojos, muchos son favores políticos para partidos. Personas sin trabajo -porque no tienen la capacidad de conseguir puestos en el sector privado- se arriman a partidos políticos, militan en ellos, cargan las banderas, sirven los cafés. Y, luego cuando se intercambian favores políticos, los partidos logran colocarlos en las instancias públicas. Allí ese personal envejece. Y, en vez de que las instituciones les hagan desarrollar, ellos contaminan a las instituciones. Todos, funcionarios e instituciones, hacen ósmosis con su pereza, su negligencia, su inoperancia, su mediocridad y su quemeimportismo.
Y, a algunos funcionarios, esos que no son capaces de los mínimos cuidados de sus instituciones, les protegen el trabajo con nombramientos.