Durante la feria del libro de Bogotá 2018, Mario Vargas Llosa trató de forma extensa, en varios foros, la historia de su desavenencia con la ideología adoptada por el gobierno de Fidel Castro en 1961, dos años y cuatro meses después del triunfo de la revolución cubana.
Alega Vargas Llosa que él, como muchos de los jóvenes latinoamericanos de la época, se enamoró de la gesta épica de aquel grupo de jóvenes idealistas que consiguió derrotar al ejército del dictador Fulgencio Batista en una gesta independentista y liberal.
Sin embargo, igual que sucedió con otros desencantados de la revolución cubana, cuando el escritor peruano visitó la isla años después, se encontró con un gobierno que había replicado y agravado la represión y los crímenes de la dictadura, y, sobre todo, que coartaba la libertad de todos aquellos que criticaban el proceso revolucionario. Pero Vargas Llosa cuenta también que en esa visita descubrió las Umaps (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), que no eran otra cosa que campos de concentración en los que se encerraba a los homosexuales para su “reeducación” y, también, por supuesto a los repudiados disidentes. Es muy conocido el caso del poeta Reinaldo Arenas que descubrió en su obra literaria su penoso paso por esos campos.
El encarcelamiento del poeta Heberto Padilla en 1971, desencadenó una ola de protestas de intelectuales como Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Simone de Beauvoir y el propio Mario Vargas Llosa, entre muchos otros que rompieron ideológicamente con la revolución cubana. Entre Padilla y Vargas Llosa había entonces un punto en común más allá del oficio que compartían, y era que ambos habían visitado la Unión Soviética y se habían desencantado también por la situación política y social que encontraron.
Otros disidentes reconocidos en el mundo de las letras son, por ejemplo, los escritores chilenos Mauricio Rojas y Roberto Ampuero, que describen en su obra ‘Diálogo de Conversos’ la evolución política de ambos, desde sus inicios juveniles en el marxismo y el comunismo, pero en escenarios distintos como la Cuba de Fidel y el Chile de Allende, hasta el desencanto de toda una generación que vio como sus ideales degeneraban en distintas formas de totalitarismo.
La disidencia al interior de la revolución cubana fue quizás la más perseguida y cuestionada por los obsecuentes seguidores castristas. Resulta curioso que más de treinta de los ochenta y dos expedicionarios del Granma, donde se inició la etapa final de la revolución, terminaran sus días en el exilio o la disidencia básicamente por desacuerdos contra el giro comunista que dio Castro en abril de 1961.
La disidencia ha sido históricamente acusada de traición, vilipendiada y perseguida por los tiranos que la han sufrido, pero el apartamiento de la doctrina y del pensamiento únicos deben ser vistos como el ejercicio pleno del derecho humano fundamental de la libertad, precisamente aquel derecho al que tanto temen los tiranos.