Luego de un sospechoso retraso, finalmente salieron a la luz los resultados económicos del primer trimestre del año. Las cifras son desalentadoras y confirman que las estimaciones gubernamentales eran absolutamente optimistas, ganando espacio las predicciones de organismos internacionales quienes habían diagnosticado un decrecimiento económico del orden del 4% para el presente año.
Las mediciones no hacen sino confirmar lo que la gente constata en la calle día a día. Las ventas han bajado, el empleo no crece, los nuevos emprendimiento sufren retrasos; en fin, la sensación de desánimo es general. A esto hay que añadir que en vez de enviar mensajes claros que estimulen las actividades particulares y la inversión, de cuando en cuando se retorna al discurso confrontativo, reduccionista, que pretende colocar como enemigos públicos a los que han osado discrepar con la verdad oficial. Lo sucedido no es novedoso, es la consecuencia esperada de lo que han provocado en estos países las políticas implementadas por los gobiernos que adhirieron a las proclamas bolivarianas de la Venezuela chavista. Quizá lo que ha evitado que la situación sea más cercana a las experiencias de Argentina y Venezuela, es que a diferencia de esos países no emitimos moneda, pues si la maquinaria estatal habría estado en capacidad de imprimir billetes el deterioro habría sido aún mayor.Es el resultado de lo que ofrecieron. Políticas erradas que desestimularon la inversión, mayor rigidez laboral, reformas tributarias antitécnicas que ha llevado a que recaiga todo el peso de la recaudación fiscal sólo sobre una parte de contribuyentes, que condujeron a la economía al actual estado. Todo ello sumado a condiciones exógenas desfavorables, diferentes a las que por años les correspondió administrar a las actuales autoridades, han delineado un escenario que no luce nada alentador.
Lo que preocupa es la inexistencia de la más mínima intención de cambiar de rumbo. Imposible esperarlo de personas que por casi una década han repetido hasta la saciedad que sus políticas han sido virtuosas, pero que ante el primer empellón han mostrado sus costuras y debilidades. Sería negarse a sí mismos y pondría en evidencia que su tan promocionando discurso de cambio lo único que ha provocado es una recesión, que golpea con dureza a la mayoría de ecuatorianos ahora amenazados con perder lo poco conseguido durante una década en el que el país gozo de una coyuntura internacional muy favorable.
El resumen estadístico presentado es el corolario de una serie de equívocos que fueron advertidos a tiempo por especialistas en la materia. El dogma y la soberbia hicieron su trabajo para desestimar las voces de alerta, hasta cuando el resultado ha sido inevitable. Ahora no resta sino esperar que exista una mínima dosis de sensatez, para evitar que la situación se agrave aún más y que se pueda pronto retornar al equilibrio y al crecimiento.
Quizá eso sea una verdadera utopía.