Zarpó en medio del jolgorio. A pocas semanas de aquello, el barco que conduce el chileno Gabriel Boric toma un rumbo diverso al prometido, la sala de máquinas se inunda, los marineros improvisan y el almirante insiste en no ponerse su traje y prefiere pasear relajado por cubierta. Muchos pasajeros abuchean y otros temen un naufragio.
A la metáfora debe sumarse lo que sucede en la cocina, donde el calor sube. En la puerta de entrada dice “Constituyente” y allí se prepara una poción que incluye autonomía de gobierno para ciertos camarotes, pérdida de poder para el almirante, derechos especiales para ciertos pasajeros, así como cambio del orden y de los nombres en la estructura de la nave.
Ex almirantes, como Lagos, Frei y Piñera, advierten un posible desastre. Las encuestas indican que la Constituyente pierde apoyo y que la receta que prepara será rechazada por la mayoría cuando se someta a degustación en septiembre.
Aunque solo pasó un mes desde que asumió Boric (11 de marzo), el rechazo a su forma de conducir el país sube. Pero él lo toma con calma. Parte de su equipo, en tanto, exhibe desconocimiento en las tareas encomendadas.
Analistas dicen que Boric es un “estudiante en práctica”, mientras su gabinete “un grupo de pasantes” que prueba suerte.
En tanto ellos trastabillan, la economía cruje y la inseguridad y la violencia suben.
Boric es un mandatario joven, así que muchos le dan el beneficio de la duda. Otros no ocultan su vergüenza cuando lo ven en actos oficiales, pues parece desconocer el mínimo protocolo para vestirse, caminar y hablar.
“La forma es fondo”, reza en ese asunto un viejo precepto mexicano.
El barco chileno fue muy admirado, pero en 2019 una revuelta a babor y estribor lo cambió todo. Los pasajeros eligieron a un grupo variopinto para redactar una nueva Constitución y a un ex líder estudiantil como almirante. Su esperanza era seguir una ruta de navegación correcta. Ahora dudan y muchos temen un naufragio.