En la vida de todo militar hay dos momentos que son cruciales, críticos e inolvidables: el primero es cuando abandonamos a nuestras familias para ingresar a un ambiente de exigencias, de disciplina, de entrega y de riesgos, y el segundo, es la entrega a la práctica de una vida guiada por la virtud, la razón, el sacrificio, el honor y el coraje, eso permite que sobrevivan solo aquellos que tienen una verdadera vocación de servicio a la patria. Como hombres de honor, debemos sortear las pruebas que se presentan en el camino, cada una de ellas va templando nuestro carácter, va formando nuestro espíritu y va dando sentido a nuestra filosofía de vida. Porque solo aquellos que dejan sus mejores años, consagrando su vida y todas sus fuerzas a lo más hermoso en el mundo: defender a su patria, tienen derecho a decir como el poeta Pablo Neruda: “confieso que he vivido”.
Como soldados conocemos el hambre, el cansancio, la sed, el calor de la pólvora y el cercano frío de la muerte; todo esto, está reflejado en el libro que nos entrega el Capitán de Corbeta Edwin Ortega; “Hacia Tierra Firme”, como su autor nos señala: “transmito mis vivencias de lucha y tenacidad…”. Edwin Ortega nos transmite con la frescura y sinceridad de un idealista, los pasajes de su vida; la tragedia no estuvo alejada de su vida, en corta edad pierde a su padre, pero quedó impregnado en su corazón y su espíritu lo que significa servir a la patria, fueron ricas las vivencias que pasó con su padre, Mayor del Ejército; a eso se sumó, para convertirse en un cultor de las letras, la poesía y la declamación, la herencia de su abuelo materno, distinguido escritor e intelectual ambateño.
Fiel a la herencia de su padre, ingresa al glorioso colegio militar Eloy Alfaro, se gradúa de bachiller bajo una formación de rigor y disciplina, eso le sirvió para ingresar a la Escuela Superior Naval; es decir, su vocación de servicio estaba en el mar, se hace marino y se gradúa con honores como oficial de nuestra gloriosa Marina de Guerra. Peldaño a peldaño con absoluto rigor va escalando las jerarquías que la ley militar impone; opta por ser Infante de Marina, la élite de nuestra Marina, especialidad de muchos riesgos, pero ese es su carácter, los desafía los vence, con orgullo proclama: “ser paracaidista de la Infantería de Marina, representa más que un honor, un compromiso”.
Desafiar el peligro es lo cotidiano en el soldado paracaidista, pero al mismo tiempo invoca con humildad a Dios como reza la Oración del Paracaidista: “Dame Dios mío lo que te resta,/ dame lo que nadie te pide. /No te pido el reposo, ni la tranquilidad/.(… )”.
La historia les juzgará al Capitán Edwin Ortega y a esos mandos que no fueron leales y consecuentes con sus deberes y obligaciones; al contrario, fueron obsecuentes con sus propios sicarios.
Columnista invitado