Bronca personal de Correa

En septiembre del 2008, me entrevisté con quien presidía la misión de observadores de la OEA, para el referéndum que debía aprobar la Constitución de Montecristi, el 28 de ese mes y año.

Cuando el ciudadano mencionado vio las evidencias de las alteraciones en el texto constitucional, diferente de lo aprobado en los segundos debates de la Asamblea, alteraciones que tampoco eran resultantes de reconsideración alguna, me sugirió conversar sobre lo denunciado con Insulza, Secretario General de la OEA. A la sugerencia siguió la confirmación de que Insulza esperaba la visita en Washington. Una posterior llamada fue para darme explicaciones de que no iba a poderse dar tal reunión en la fecha anunciada, con la propuesta que se dé posterior al sufragio del 28 de septiembre. Esas explicaciones podrían resumirse en la frase “No hay que irritar a Correa”; y, atrás de aquello, lo recurrente, era la preocupación de la cercanía del gobernante ecuatoriano con el Gobierno venezolano. Vi que era perder el tiempo confiar en que haya ética de la misión de la OEA.

Todo lo actuado posteriormente por Insulza y sus colaboradores, respecto al presidente Correa, está marcado por lo resumido. Los informes encubridores de las irregularidades de los procesos de votación en el Ecuador y su apresuramiento para ser alfombra del gobernante, cuando los dolorosos hechos del 30-S, asumiendo lo del supuesto intento de golpe de Estado, siendo que lo que hubo fue un levantamiento militar y policial, por reclamaciones remunerativas, con gravísimos resultados, consecuencia de la agresividad de los policías insurrectos y de la imprudencia de Correa.

Esa de Insulza es la OEA política que, aún cuando la critique el presidente Correa, vendrá cuantas veces él quiera, para hacer de alfombra del gobernante.

Otra es la historia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Corte Interamericana. Cualquier persona que sea responsable puede acceder a las direcciones electrónicas de ambos organismos y observará que su tradición ha sido de constante ética y construcción jurídica. Por eso, las dictaduras del Cono Sur y los gobiernos títeres del poder yanqui en Centro América, así como, los dictadores con fachada constitucional, pero con complejo de insustituibles –caso Fujimori- y marcados por la corrupción, fueron investigados y condenados. Y lo que más abona a su ética, es el procesamiento en la Comisión al gobierno de EE.UU. por la violación de los DD.HH. a los presos en Guantánamo, no en base del Pacto de San José, no ratificado por los estadounidenses, sino sustentado en la Carta de la OEA. La bronca de Correa con el sistema interamericano de DD.HH, no con la OEA servil, resulta tan personal, como su afán de cuantiosas indemnizaciones, al que se estaría afectando.

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