En un editorial, el semanario inglés The Economist, refiriéndose a la crisis política de Brasil, sostuvo que “la más rápida y mejor forma para que Rousseff deje Planalto sería renunciar antes de ser destituida”.
La contundente posición del semanario londinense retrata desde el exterior la profundidad de una crisis política en uno de las economías más grandes del mundo. El agravante consiste es que el suceso trasciende a la realidad económica y se ubica en el centro de los parámetros éticos y morales que deben guiar la conducción transparente de una democracia representativa, como son: elecciones libres, pleno ejercicio de las facultades legislativas, autonomía judicial y controles independientes y permanentes.
La renuncia de un primer mandatario electo no ha sido el único caso en América Latina; sin embargo , lo que ha sucedido, y en el Ecuador tiene varios registros, es que la figura ha servido para simular un verdadero golpe de Estado. Tratándose de Brasil la petición ha servido para repasar la historia y llegar hasta el caso del líder populista, precursor del Partido de los Trabadores Getulio Vargas. No renunció, sino que se suicidó en el ejercicio del poder en 1954. Otro caso fue el de Fernando Collor de Mello, que 1992 envió la carta de renuncia, cuando era inminente su destitución por el Parlamento.
Interpretando el pedido, es necesario recorrer el mapa de América Latina e indagar el porqué, cuando oprimen graves crisis políticas, sociales y económicas, no se utiliza el atajo de la renuncia. Se mantienen esos regímenes a pesar de la percepción de autoritarismo, continuismo y evidencias de corrupción. La mayor dificultad sobre este tema es que antes existía un remedio peor que la enfermedad como era el “golpe de Estado”, que restablecía el fiel de la balanza para repetir la oportunidad de quienes fueron vencidos en las urnas, pero que con nuevos maquillajes estaban listos para salir nuevamente a la cancha del poder.
Lo que resulta paradójico es que los protagonistas que hoy alistan maletas hayan liderado grandes movimientos de derecha o de izquierda, pues el socialismo del siglo XXI los hizo iguales y borró diferencias ideológicas o políticas; más aún, se aprovecharon de las masas ingenuas que nunca descubrieron que quienes cambien de piel son las serpientes y no los encantadores de las mismas. Por eso resulta insólito que hayan recordado la célebre canción de la Guerra Civil española: “cuando querrá Dios del cielo que la tortilla se vuelva…” y que los de ayer, excluidos o perseguidos, ahora sean los ricos que han devorado el pan del poder.
Últimos informes reportan que en Brasil el viejo fariseo Caifás o una versión moderna de él ha reaparecido. No usa barba completa, es medio pelado y sustituyó la túnica por el overol de un trabajador; y es inmune. Por eso, algún sentido tiene la opinión de The Economist: “É hora de ir” (Es hora de irse). Se desconoce si el pedido es de más amplia aplicación.