En esta entrega me enfoco de manera puntual en la Bienal y sus públicos. Ésta, sin lugar a dudas, debe ser una escena permanente de gestión de las artes visuales desde donde se forme públicos diferenciados: artistas, críticos, gestores y público en general, señala el artista Diego Jaramillo. Para ello la presencia de un curador pedagógico resulta imprescindible y la programación debe incluir -durante el período de exhibición y entre Bienal y Bienal- seminarios largos y cortos de formación, diálogos con los jurados y artistas invitados, profesionalización de mediadores, investigación sobre arte moderno y contemporáneo del Ecuador con sus correspondientes publicaciones y exhibiciones curadas, reactivación de la revista Arte Bienal en formato digital, entre otros.
Debe, además, tender vínculos permanentes con otras citas sobresalientes y sostenidas de la ciudad: sus encuentros de literatura, cine, teatro, e historia del arte y de la arquitectura. No puede actuar de manera aislada de sus propios artistas a quienes debe exhibir y conectar, gestores o investigadores que deben ser integrados a los diversos programas locales y relacionarse con quienes construyen la escena internacional, según Cristóbal Zapata, exdirector. Redes entre profesionales generan proyectos que benefician al país y le proyectan de manera duradera. Esta XV Bienal, desafortunadamente, queda en deuda con lo antedicho.
Madura, con 30 años de vida, no puede ser tratada como un evento privado. Es un hecho de ciudad y debemos medir su impacto en términos culturales, amén de los réditos económicos y turísticos que arroja. Cuenca debió posicionarse desde hace dos décadas como una vitrina ejemplar de arte contemporáneo, independiente de quienes fuesen contratados como directores o curadores de la misma. Quienes la hemos acompañado desde su nacimiento exigimos una reestructuración de la institución Bienal en la que se estipulen y financien programas como los señalados de manera que se sume, no reste.