¿Hay espacio para la realidad si molesta? En una entrevista a Correa, Ana Pastor le preguntó si cometió errores, es decir cuál es el espacio de la autocrítica si se reconoce errores. Respondió que se ha equivocado en nombramientos de funcionarios, como el de A. Acosta a la Constituyente. En suma, no cometió un real error, otros lo cometieron.
Los comentarios de militantes de AP sobre las elecciones de febrero siguen la misma pauta: hubo errores, en su mayoría técnicos, al no seguir pautas de campaña, candidatos mal escogidos, exceso de confianza, es decir nada que ver el Gobierno ni el Presidente. La cabeza no se equivoca, críticas y autocrítica no caben, si “la estrategia” es buena, los errores son de “táctica”.
Los análisis de A. Barrera, con autocrítica, sobre problemas en que la población no necesariamente sancionó al Alcalde sino a diversas políticas nacionales, resultan “inconsiderables”.
La autocrítica implica algo de humildad para aceptar equivocaciones, pero es imposible si el político se vuelve creyente, tal los ayatolas islámicos que tienen a Alá, siguen sus decisiones, no puede haber error divino sino de los humanos ejecutores. La posición de la cúpula de AP se asemeja, no hay error, “tenemos el camino correcto”. Los errores son secundarios, no incumben al camino ni a los que le iluminan. No se trataría de humanos que deciden sobre la realidad o el futuro, sino de una misión tan bien hecha que nada puede tocarla, algo propio de dioses griegos.
Así, la no-autocrítica hecha a través de errores de otros, dice que todo anda bien; las ideas, las acciones como la política de polarizar son intocables. La verdad suprema que decide la verdad “real” es la popularidad presidencial. Como esta existe, lo demás no cuenta. No cabría un análisis de hechos sociales para explicar las elecciones. Los hechos no contarían. Liberados de la realidad, los obstáculos no son sino fruto de los malos que complotan o la traición de los propios por sus mezquinos intereses, no por ideas.
Todo se vuelve permitido, hasta el olvido de uno mismo. El yo tiene sus efectos, la punto que yo mismo no me reconozco, el yo se vuelve el proyecto, no solo arriba. Los que ayer proyectaban principios, ahora callan, defienden un proyecto que no es suyo, que lo han hecho suyo, esperan mejores días que no llegan porque gana el unísono de la voz cantante. Mañana serán las primeras víctimas del complot y la traición, pues antes tuvieron pensamiento propio. Su nuevo rol de nada servirá.
La sociedad pierde más, pues reconocer errores contribuye a madurar, a rectificaciones apropiadas y un político popular más bien ganaría en legitimidad política. Ahora la sociedad se porta bien, no pregunta y calla.
No ver la realidad o ni siquiera poder verla hace parte de este autoconvencimiento que se es portador de un “fatídico destino”, al punto que la realidad no es necesaria ¿para qué? si uno mismo se basta a sí mismo.