El nuevo plan económico que presentará el Gobierno en los próximos días no solo requerirá de medidas eficaces para superar los problemas de endeudamiento público, de comercio exterior, de productividad o de falta de empleo. El elemento primordial en el plan será la coherencia de las medidas.
Cuando unas medidas no guardan relación con otras, el resultado del plan puede ser mínimo o nulo. Y hay varios ejemplos.
Con el objetivo de abrir nuevos mercados, Ecuador está pidiendo al mundo adquirir más productos ecuatorianos. Es de esperar que el mundo también quiera colocar más productos en el país. Por eso, el fomento a las exportaciones no es compatible con medidas como la tasa aduanera o un aumento de aranceles. Ya tuvimos la experiencia de las salvaguardias, que si bien alivió temporalmente la balanza de pagos, aumentó los precios al consumidor, elevó el contrabando y abrió disputas con socios comerciales.
Otro ejemplo fue la Ley para reactivar la producción y crear nuevos empleos, que no ha cumplido ninguno de los dos objetivos.
La razón: la empresa privada no iba a aumentar sus inversiones si por otro lado le quitaron recursos a través de impuestos, tasas o contribuciones, para sostener a un Estado que ofreció bajar de peso y no cumplió.
Luego de nueve meses a cargo del país, el Gobierno tendrá una nueva oportunidad para definir un norte en materia económica. Eso supone alinear las medidas en la misma dirección, de tal forma que el plan económico sea creíble y genere confianza, pero no solo en el mundo empresarial.
La coherencia de un plan económico también se verá en el acuerdo alcanzado entre el Gobierno, los empresarios, los trabajadores y las organizaciones sociales. El año pasado se avanzó en un diálogo con el sector productivo, pero faltaron las otras visiones. Si el nuevo plan económico no incluye al resto de actores, las medidas pueden favorecer a unos pocos, generar tensiones sociales y volver a un punto muerto, porque al plan le faltó coherencia.