Partamos con una magnífica definición de “Amor” que nos ofrece Francisco de Quevedo, aquel del Siglo de Oro español: Es hielo abrasador, es fuego helado/ es herida que duele y no se siente/ es un soñado bien, un mal presente/ es un breve descanso muy cansado. Es un descuido que nos da cuidado/ un cobarde con nombre de valiente/ un andar solitario entre la gente/ un amar solamente ser amado.
Para Voltaire (François-Marie Arouet), el amor es la más fuerte de las pasiones porque ataca a la vez a la cabeza, al cuerpo y al corazón. Hablar de “pasión” es describir una afición vehemente, que acarrea un desorden del ánimo. El que la pasión medie en la cabeza, nos lleva a aceptar que el amor influye en nuestro pensar. En cuanto al cuerpo, es la manifestación erótica de la conmoción… el eros. Respecto del corazón, es un sentir de la necesidad del otro, que para B. Pascal no es una lógica del entendimiento pero – redundando – una “lógica del corazón”.
Amar es un estremecimiento en que confluye el ineludible balance de intimaciones complementarias para la vida plena, en términos de superar egoísmos. Es una evolución de la soledad, tendiente a aspiraciones de crecimiento en fusión afectiva. En tal afección juega un rol relevante la protección mutua. Protección ésta del otro ser, asumiéndola como “voto de cariño”, fruto de reconocer lo que el “ser amado” representa para el bienestar propio compartido.
Lo expuesto suena a “racionalización” extrema del amor, que en su ascendente romántico es cuestionable. No obstante, se torna comprensible cuando reconocemos que el amor es un “compromiso” expresivo. Expresión no solo de afectos sino de consumación de vida colmada en satisfacción de triple influjo: sensitivo, corporal y factual.
Para F. Nietzche, el amor no reconoce poder, nada que separe, que distinga, que establezca superioridad o inferioridad. El amor es antípoda de “temor”. La entrega en el amor es pura y simple, en la cual el respeto al pensar y actuar de la pareja no puede tener límites. El amar lejos de renuncia a la individualidad, es una aceptación de que la singularidad debe ser una acompañada, como declaración del reconocimiento de valores comunes.
La contraparte del amor bien entendido es el “amor tóxico”, en que se dan conductas de dependencia dañinas, sometimiento en el cual los agentes sufren… pero disimulan sus pesares. En el amor tóxico se hermanan obcecaciones, frustración, control nocivo, celos, manipulación, aprensión al desamparo afectivo y material, en definitiva, conflictividad enfermiza.
El amor es ese reconcomio que trastoca lo más profundo de nuestro ser en un propósito de entrega sin miramiento a recompensas.