¿Qué tienen en común el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro japonés Shinzo Abe? Al menos, que ambos creen que acariciando el frágil ego del presidente estadounidense podrán convencerlo de mantener las alianzas tradicionales que se ha mostrado tan dispuesto a abandonar. Pero aunque el narcisista en jefe de los Estados Unidos es indudablemente sensible a halagos, esta estrategia tiene límites.
Macron ya lo está aprendiendo. El “árbol de la amistad” que le dio a Trump el año pasado (y que ambos líderes y sus esposas plantaron en el jardín de la Casa Blanca) ya se murió. Es una metáfora elocuente.
Pero Abe sigue a toda marcha con su ofensiva de seducción. Tras ser el primer gobernante del mundo que se reunió con Trump después de su victoria electoral en 2016, Abe volvió a Washington en abril. Un mes después Trump estaba en Japón, y Abe tiró la casa por la ventana.
Durante la visita, Trump entregó a un campeón de sumo la “Copa Presidente de los Estados Unidos”, un trofeo de casi un metro y medio de alto que Japón inventó para la ocasión. Además, fue recibido por el emperador Naruhito en su primera audiencia con un líder extranjero. Según alardeó Trump, fue “el invitado de honor en el mayor evento que han tenido en más de 200 años”.
Se dice que Abe propuso a Trump para recibir el Premio Nobel de la Paz (a pedido de Estados Unidos) por haber iniciado conversaciones con Corea del Norte.
Lo que Trump denomina “alianza increíble” es básicamente una relación unilateral. Pero que Abe trate de congraciarse con Trump es más por necesidad que por elección: debe demostrar al pueblo japonés y a sus vecinos (en particular a los chinos) que sabe cómo mantener a Trump de su lado.
El problema es que por más esfuerzos que haga Abe, por más que haya elogios y muestras de amistad para la foto, EE.UU. y Japón siguen divididos en torno de las mismas cuestiones de siempre: Corea del Norte, la fiabilidad de las garantías de seguridad estadounidenses en Asia y el comercio internacional.
En lo referido a Corea del Norte, la asertividad de Trump ante las pruebas de misiles de largo alcance (que pueden llegar a territorio continental estadounidense) se contrapone con su declaración de que los misiles de corto alcance (que pueden llegar a Japón) lo tienen “personalmente” sin cuidado. A diferencia no sólo de Abe, sino de su propio asesor de seguridad nacional, John Bolton, y del secretario de defensa interino, Patrick Shanahan, Trump se negó a reconocer que las pruebas de corto alcance son violatorias de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra todos los misiles balísticos. “Puede que [Kim Jong-un] quiera llamar la atención, puede que no”, dijo Trump con frivolidad. “¿Quién sabe? No tiene importancia”.