Uno de los aspectos más interesantes de la llamada revolución ciudadana y de los tiempos que corren es la relación del Ecuador con gobiernos, por así llamarlos, polémicos. Desde sus comienzos el Régimen se empecinó como niño chiquito, no solamente en entablar y en mejorar, sino en profundizar relaciones, con países no muy bien vistos por la comunidad internacional. Así empezó el cuento con Irán, por ejemplo. Si no me equivoco, en el principio de los tiempos hubo una aparatosa visita de Estado a Irán y las partes firmaron varios acuerdos que hasta hoy (no sé si gracias a Dios o a nuestro ángel de la guarda) no se han terminado de implementar. Visitar Irán, prometerse ayuda mutua, declararse como “pueblos hermanos”, produjo los efectos esperados: erizarle los pelos a buena parte de la comunidad internacional, provocar sospechas respecto de la política exterior ecuatoriana y, sobre todo, a ojos de muchos otros países, con razón o no, meternos en el mismo saco que Venezuela. Los coqueteos con Irán no tardaron en pasarnos factura (IVA incluido): Ecuador tuvo que apoyar, no sé con cuanto convencimiento, la cuestionable reelección del Presidente iraní, y tuvo que argumentar que la salvaje represión que siguió a las elecciones iraníes eran una cuestión interna y de “soberanía”. También caímos en la lista negra de una organización internacional anti lavado de dinero.
Ahora viene la conexión libia. No se sabe si para escandalizar a la comunidad internacional, para provocar una sensación de independencia o para proclamar la llegada de nuevos tiempos, el gobierno ecuatoriano resolvió amistarse con uno de los más viejos y sanguinarios dictadores del hemisferio occidental: Muamar Gadafi. De regreso de alguno de los viaje oficiales incluso hubo escala en Libia para que el mensaje quede claro: Ecuador es un país libre e independiente, que traba relaciones con quien le da la gana y no nos importa lo que puedan pensar terceros países. Y conseguimos lo que buscamos: inquietud, sensación de aislamiento y las miradas preocupadas de nuestros socios comerciales. Pero al fin del día somos dignos y soberanos y eso es lo que importa.
La ironía es que hoy el oficialismo calla y mira para otro lado mientras nuestro sincero amigo y aliado, Muamar Gadafi, un dictador perpetuo y feroz, bombardea a su propia población para engancharse al poder. La ironía es, también que, mientras más libios extermina Muamar Gadafi, mientras más bombas explotan, mientras más tabletean las ametralladoras, el precio del petróleo sube y el Régimen, en el fondo, sonríe. Mientras más bombas explotan más se engrosan las arcas estatales. Hay que reconocerlo, tenían razón. ¿Bueno negocio, no?